Se me había
olvidado andar triste. Debe ser el vino que Carlos y Sara me regalaron y que
este lunes bebí y me lo recordó. Dice un poeta, amigo mío, Ricardo Yáñez: La
tristeza a nadie le hace mal y vi a la tristeza florecer. Ahorita me acuerdo de
algunas escenas por supuesto tristes de mi vida pero que no relataré. Me
escurren lágrimas y siento cómo los mocos se me van aflojando, lentos, a lo
mejor como mi tristeza que sale como un viejo camión en reversa. Yo soy el
Vieneviene. Soy el que le dice a mi tristeza donde acomodarse en un enorme
estacionamiento que pudiera ser mi corazón.
Se me
había, lo juro, olvidado estar triste. No todo ha de ser felicidad en el amor,
me digo,por más Dalai Lama de por medio. Me late que a veces me he tragado sin
saboreármela siquiera la imposición de la felicidad y plenitud. Incluso me atrevo a decir no todo ha de ser
embriaguez en la embriaguez. Y también no todo tiene uno que pagarlo, siempre
hay o un bono o un pilón, o bonus track, o el regalo de la promoción. Y algo
debe traer de bueno esta tristeza o esta felicidad, ahorita no sé distinguir una
de la otra. Bienvenida pues la tristeza que decía no tener y mírala, tú que me
oyes, yo mismo, florecer.