jueves, 21 de agosto de 2008

Algo sobre la construcción

Es bien bonito ponerse a escribir luego del trabajo, no importa sin con sueño o con hambre o con cansancio. Hay algo que se llama disciplina, la cual no tengo pero que bien puede ser eso, disciplina, lo que hace que esté aquí escribiendo esto que no sé a dónde irá a llegar, si es que llega. Estoy escribiendo en el taller mientras afuera hay sol y aquí dentro música, es algo de jazz, y aire fresco del ventilador y estoy en la silla que hice para escribir y es una silla bien fea pero que la hice para escribir exclusivamente. Una silla que quería hacerla para leer y se volvió la silla para escribir. La hice de pura pedacera de madera. Una tablita que sobraba por aquí, otra tablita que sobraba por allá, las junté y la silla se hizo y en ella estoy sentado, pensando en qué escribir y a la vez, en las pausas de todo escritor acá chipocludo, veo lo que hay en las afueras por la ventana que queda frente a mí, y disfruto de la música y me digo que debería de ir a comerme un coctel de camarones para refrescar a la vez que llenar mi estómago y dejar esta página, esta hoja virtual que-al-cabo-ni-quien-pele-el-esfuerzo. Pero otra vez la disciplina, otra vez la vocesita diciendo ya estás aquí, termina tu trabajo y entonces me aferro y pienso qué buena rola y sigo.Decía que es bien bonito escribir luego del trabajo porque es como cambiarse de ropa vieja a ropa nueva, es como meterse a bañar y bañarse, aunque el agua del aljibe esté bien pinche. No sé si existan otras personas que hagan algo parecido. Sé que escribir no tiene nada que ver con cambiarse de ropa porque quien me haya llegado a ver en alguna de mis conferencias (chiste) se habrá dado cuenta de que siempre traigo la misma pinche ropa pasada de moda. Lo que digo es que escribir descansa de la vida entera. Es como salir a correr, o dormirse, o escuchar unas rolas, o aplacarse el gusanito con dos caguamas, o ver el futbol, o ir al cine. En mi caso soy más económico, nomás escribo, cosa que en términos materiales ocupo una hoja virtual, mis dedos útiles sobre el teclado, menos de tres pesos de luz, una silla hecha con pedacera, con sobras, como todos los poemas del mundo, como todas las novelas, que no son otra cosa que las pedaceras de la vida que los escritores juntan y nos regalan para que uno que anda cansado se descanse en esas hermosas sillas hechas con las palabras que a nosotros, mundo que no se detiene a encantarse de ser el mismísimo mundo, nos sobran.

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