Dos horas de balazos

Hoy discutí con un compañero por un malentendido de parte de él. O bueno, no discutí, le dije a gritos un montón de madres. No tenía la intención de agarrarme a golpes porque mi compañero es muy chaparro y flaco y amante de la coca cola y fuma mucho y por tal motivo no tiene más pulmones que para correr a lo mucho cinco metros planos. Sentía que un trompo sería injusto debido a mi estatura y tonelaje superior. Aunque supongo que mi compañero en su fuero interno me perdonó la vida porque fue militar y creo que también ninja. Tenía pensando darle un pacha si se ponía necio. Medio quiso aclarar las cosas y no lo dejé. No me interesó aclarar las cosas. Pues creo que él ya desde hace buen rato que las tenía claras. Desde su claridad surgió el malentendido. Un malentendido laboral. De hueva pura. Pero esas cosas de hueva pura del trabajo a veces me hacen encabronar, como supongo pasó cuando le dije que no era más que un pendejo y otras características que cultiva. ¿Por qué cuento esto? Porque es bueno pelearse, discutir, porque de alguna manera siento que se clarifica el mundo. Si quieren hasta bandos se hacen o islas luego de una pelea-discusión y uno ya sabe donde andan los tiburones, los culeros, los traidores, la mierda fina y donde la zona vip, la chabacana, la playa relajante, la silla con sombrita, las olas mansas, la hamaca para echarse una jetita, las palmeras donde sí hay cocos de esos que refrescan. Yo pienso que estuve equivocado por haberme puesto a mentar madres y a echar gritos en este mes patrio, pero mientras me deje ese gran zoquete en paz, lejos de su ocio de cocacola y humo, yo estaré por ahí, en mi mesa de trabajo llenando responsablemente mis reportes y riéndome de los chistes de los jefes, que ah, qué graciosos son.