lunes, 3 de noviembre de 2008

Aquí nos vemos


1.Entramos. Veo entrar sonriendo a la gente que visita el panteón sur. Domingo de muertos. Sol como si fuera verano. Polvo en los caminos de las criptas y tumbas. Todos somos flores que caminan hacia el lugar de sus difuntos. Música de tríos, mariachi, norteño. Un señor canta convocando la atención con su sentida manera de interpretar. El señor termina la canción norteña y uno de los músicos dice “eso es cantar, no que otros”, mirando a su compañero que es el cantante del grupo. Sonríen y beben cerveza clara.  Hay cientos de escenas, así, de familiares reunidos. Yo voy con mi esposa, con mi hermana, mi cuñado, mi madre. Flores y un descanso en la tumba de mis tíos bisabuelos, los cuales quisimos como a pocos. Pasamos a ver, a dejar unas cuantas flores a mi abuela materna, a un tío paterno, a mi bisabuela, a otra tía bisabuela, a mis bisabuelos maternos, a mi tía que hoy cumplió seis meses de muerta.

2.Siempre que he escrito aquí, en este blog, me digo, no voy a hablar de la muerte ni de los muertos; esto no es un obituario. Luego leo al maestro John Berger y dice que los escritores son los secretarios de la muerte. Y yo me digo que ni escritor soy, pero sí que se me han muerto gente que quiero, que sigo queriendo pero que no soy escritor ni secretario de nadie. Pero al escribir esto, hoy, me hará ser escribidor y quizá, nomás, de la muerte, esta vez, recadero. Pero seré breve. Y sigo pensando en Berger y, ahora, en su novela Aquí nos vemos, que es la faceta luminosa de una historia entre muertos. Todo lo contrario a la penumbra de Pedro Páramo. El personaje en Aquí nos vemos es el mismo John el cual viaja por algunas ciudades de Europa y en cada una se encuentra con algún muerto que quiso. En Lisboa, por ejemplo, se encuentra bajo una fresca sombra de un árbol, con su madre; platican de lo que no pudieron platicar, pasean por un mercado buscando los ingredientes para una receta que la madre de John le comparte. El personaje en esta fantástica novela vive, convive con los muertos de una manera hermosa y cotidiana. Nada de temores de ultratumba, nada de fantasmas con mensajes críptícos, nada de respuestas del más allá. Todo es el amor de los muertos hacia los vivos y viceversa. Algo mucho, pero mucho mejor que aquella película Ghost, donde salía Demi Moore. Acá en la novela el personaje, John puede tocar y abrazar y reír y caminar junto con sus queridos muertos. La vida plena pues, también, más allá de la muerte. La fiesta de la vida con la muerte. Como hoy. Todos nosotros en el panteón hablando de si nos gustaría que nos enterraran o nos cremaran. Hacemos bromas. Vemos las tumbas e imaginamos vidas y escuchamos el canto de la gente y su barullo y el sol vivísimo, el cielo abierto.

3.Me da gusto y melancolía (malegría, dirá Manú Chao) venir al panteón, le digo a mi madre. Ella me dice que se le hace triste. Triste es que no viniéramos a visitar a la gente que quisimos, queremos, le digo. 

4.Vamos en el coche, vamos en el tráfico lento por tanta gente cruzando la avenida. Veo los restos del puente peatonal que hace unos días tumbó un trailer.

5. Pasamos por el mercado y compramos mandarinas, melones, plátanos y papayas. Vemos camarones frescos. Pelamos las olorosas mandarinas y las comemos en el coche. Están frescas y muy dulces. Mi madre compra otro ramo de flores. 

6. Seguimos hacia el otro panteón donde apenas hace medio año enterramos a mi tío José. Mi tía Rosa y mi tío José, hermanos de mi madre. La hermana menor y el hermano mayor de la familia de mi madre. Ambos muertos en mayo, con apenas 18 días de diferencia.

7.Ahora es la tarde en estas palabras, y dejo aquí este gesto: todos nuestros muertos, todo el tiempo y de muchas maneras, son por nosotros, vayamos o no al panteón este día de flores de verano en noviembre, recordados.

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