sábado, 16 de marzo de 2013

Carta 2: Domador de remolinos




1

No voy a decirte que me mandes las cartas que deberías mandarme. No lo voy a decir. O más bien no te voy a pedir que las mandes porque algo hay en esas cartas que te lo impiden. Son los demonios de la lengua, creo yo. Quiero pensar que esos demonios al aparecer delante de nosotros nos activan una necesidad de protegernos y creo que vas a estar de acuerdo que el instinto que nos despiertan esos demonios son instintos buenos, benéficos. Hay algo que te impide decir lo que has dicho en esas cartas. Es decir que no sé qué me dices aunque exista en esa carta lo que en un momento de debilidad dijiste. ¿Por qué un momento de debilidad? Porque entraron los demonios entre las palabras. Me pasa mucho a mí eso. Los demonios pueden ser muy tontos (en mi caso). Y entonces cuando releo lo que escribí pues todo está lleno de tonterías, todo está colmado de ideas borrosas, desatinadas. Y entonces digo esto no lo voy a mandar, publicar, leer. Y va a la basura o se queda por ahí guardado entre el mar de palabras (pero no es un mar es más un estanque donde mis palabras se pudren junto con muchas otras cosas como fotografías, videos, dibujos escaneados, etc) de la computadora.
Sabes, recordé algo. Una vez me pagaron por ir a escuelas y leer cosas de mi autoría. Era uno de esos tontos programas para fomentar la lectura y contrataban a poetas y narradores guanajuatenses. Entonces una vez me mandaron a una escuela ante un grupo de 3º o 4º de primaria. A mí no me ha gustado leer ante el público pero me pagaban bien y yo por ese dinero que me pagaban hacía un chiste que le decía a quien se me pusiera enfrente: por ese dinero no sólo les leo lo que quieran, incluso les lavo hasta los baños. ¿Has visto los sanitarios de las escuelas públicas, su limpieza? Imagínate si no me pagaban bien.
Pues esa mañana llegué y el maestro intentó calmar a las fieras (el salón de clases, retacado de niños alterados por tanta cocacola y todo eso que comen que los hace hiperactivos); dijo que se iban a  quedar callados y muy atentos porque tenemos la visita del joven poeta Sergio Luna y viene a leerles su obras. Ajá, me dije, soy un joven poeta y eso, vengo a leerles mis poemas. Los niños seguían en esa masa de mesabancos y libros y suéteres que vuelan y papeles y cosas, como si frente a mí se retorciera un remolino de rostros y libros deshojados y tortas y zapatos raspados y miradas que giraban y de pronto me paré frente a ellos y les dije mi nombre y les pregunté si les gustaba leer y dijeron que no. Yo en esos momentos pensaba en lo difícil que era hablar o leerles a una bola de mojones y ahí de pronto entendí que no puedes atrapar un remolino con las manos, menos con las palabras salidas de mi boca. Se me ocurrió preguntarle al remolino: ¿alguien de ustedes se ha enamorado?
El remolino por alguna razón comenzó a girar a menor velocidad, los suéteres aterrizaban dulcemente en los mesabancos, las miradas empezaron a dejar de girar. Vi unas sonrisas. Vi miradas atentas. Uno de los niños dijo: sí. Otra dijo sí. Muchos dijeron sí. El remolino se quedó inmóvil, como en una fotografía que no he visto. El maestro estaba mirándome de manera atenta también cuando momentos antes era un hilacho de neurosis.
Todos esperaban algo de mí en ese momento. Solté la pregunta: ¿y qué haces ustedes cuando están enamorados? ¿se besan, se abrazan? ¿cómo le hacen saber a la niña o niño que les gusta que sienten algo por ella o él? ¿les escriben una carta, les mandan una tarjeta donde dices lo que sientes?
Atención absoluta. Dije:  yo como muchos de ustedes también me he enamorado y como soy torpe o tímido uso las palabras para escribir algunas de las cosas que siento y que trato de decir.
Luego les leí unos de mis poemas que según considero son de amor. Les gustaron. Terminé la sesión de lectura. El maestro pidió un aplauso para el señor poeta. El maestro se dirigió al grupo y dijo ahora quiero que le pregunten algo.
Un niño levantó la mano y me preguntó: Cuando escribes un poema y te sale mal ¿quién te regaña?
Me reí y le respondí que nadie.
Hubo más preguntas. La sesión terminó. Me aplaudieron. El maestro me preguntó qué donde podía conseguir mi libro. Se lo regalé. Cerré la puerta. Escuché el rumor del viento como iba poco a poco en aumento. Miré a través de las ventanas como comenzaba todo a girar, libros deshojados, gises, el borrador en el aire. Olvidé que yo era poeta esa mañana, olvidé que me pagaban por eso. Me sentí por un momento un domador de remolinos. Eso es. Eso me gustaría ser siempre, me dije. Me sonreí. Fue una mañana buena. Y no volví a leer a grupos escolares.

2

La historia del remolino escolar te la conté porque uno escribe porque no hay nadie quien te regañe si no te sale bien lo que escribiste. Pero uno tiene miedo de los demonios y, bueno, todo lo demás que tiene que ver más con el miedo que con los demonios. Y de ahí que entiendo que no me mandes tus cartas y que está bien, muy bien que no las mandes aunque ya las hayas escrito.

No hay comentarios:

Imágenes desde el taller

www.flickr.com
Éste es un módulo Flickr que muestra fotos o videos públicos de Imágenes desde el taller. Crea tu propio módulo aquí.

Archivo del blog

FEEDJIT Live Traffic Feed