Desde que me acuerdo nunca me he considerado optimista. Tiendo a lo contrario, a siempre oír el mucho ruido y no a ver las nueces de la vida. Estos días, sin embargo, he sentido, me he dado cuenta, de que estoy hecho de una felicidad apacible, casi imperceptible. A últimas fechas, por ejemplo, y esto no es prueba irrefutable de felicidad pero (y habría que ver desde cuándo) me da por silbar, cantar, bailar mientras se puede hacerlo (cuando trabajo siempre pongo música y estoy cantando o echando un pasito de baile. En el hospital dice R que le dijo la enfermera que yo cantaba mientras estaba bajo el agua de la regadera). Y por estos síntomas y otros muchos es que siento que estoy hecho de una felicidad apacible, una felicidad sin escándalo, muy justa, una felicidad si quieren opaca, no deslumbrante como el sol. Mi felicidad es como la luna, como la madera, no como el oro. Y hay días que siento que esa felicidad se quiere hacer la muy brillosa, se quiere salir del huacal, volverse indomable. Y eso también es hermoso. Y cuando eso pasa se vuelve un día o muchos días que quiero que no se acaben. Como hace poco pasó, no quería que el día, ni la noche, ni la madrugada se acabaran de tan feliz que me sentía haciendo lo que hago.
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