Luego de que estuve fuera de, literalmente, circulación por casi un mes debido a una enfermedad, he vuelto a la carretera. Recorridos que extrañaba de alguna forma, Xichú, San Luis de la Paz, Guanajuato, Celaya. Ya para hoy viernes el regreso a casa (luego de la primera semana en mi reaparición laboral) ha sido algo bueno, lleno de disfrute por donde se le vea. Hay una suerte de libertad en manejar un coche. (Hay por ahí un poema de Fernando Pessoa, muy chingón, que buscaré y subiré, acerca de manejar un coche. Yo siento lo mismo cuando manejo. ) La tarde estaba bajo un cielo azul tibio y la carretera libre de tráfico para ser viernes. La sierra de Santa Rosa está en temporada de secas, de verdaderamente secas al grado que vi las huellas de algunos incendios. Hay una parte cerca del Milagro hasta casi La Sauceda que el terreno, lomas, laderas, las orillas de la carretera, están carbonizadas. Sólo contrastan con colores claros las muchas piedras de diferentes tamaños y los esqueletos de los árboles que por lo regular son robles y encinos blancos. Estos paisajes que se ven cada año con los incendios también tienen una belleza que no sé describir pero se me figuran como paisajes volcánicos.
Venir manejando, fluyendo en la carretera, entre pensamientos, recuerdos, o simplemente atravesar la Sierra oyendo, esta vez, a Bob Dylan, Mercedes Sosa, Mars Volta y una que otra de la Sonora Matancera, todo bajo el azar del ipod suffle. Subir hasta donde G y yo le llamamos la Cima del Cielo: en lo más alto de la Sierra de Santa Rosa y desde donde se ve Salamanca, San Miguel Allende, Irapuato y de noche el cielo se pone verdaderamente alucinante con las constelaciones y estrellas fugaces.
Este viernes, decía, fue un disfrute, supongo que hasta para el coche que ya estaba entumido de no moverse, y cubierto de polvo y mugre que le cayó y acumuló en todo este tiempo.
Así que, de verdad espero, haber regresado de lleno a los viajes, al tráfico, al ir y venir de la música y las montañas, a la plática cábula con los compañeros, a los amaneceres mientras voy subiendo rumbo al Chupadero, o atravesando la neblina, a los atardeceres frescos donde los árboles se recortan a contraluz en el paisaje, como si más allá no hubiera nada, aunque sabemos que sí lo hay, siguen los cerros que tantas veces hemos recorrido y más allá la casa, el taller, el instante que puede abarca lo mejor de estar aquí, en este juego, en esta limpieza de saberse contento de manejar un viejo coche que sigue, desde hace poco más de seis años, atravesando la Sierra.
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