Despierto oyendo el canto del gorrión que en el patio recibe al sol y al aire. Es como un vagabundeo de notas su canto, como hilos de tibia luz enredándose con movimientos de gato entre los objetos de la casa, subiendo las escaleras y, como un rumor también, filtrándose en mi cuerpo dormido. He despertado sabiendo por teléfono que alguno de nosotros se fue. Al terminar la llamada algo queda suspendido. Un vacío se siente entre las notas y mis pensamientos. Y el canto que escuchaba tan claro ya no es el de todos los días. Lo que oigo es apenas el recuerdo del canto vivo que yo decía escuchar, y que se escucha ahora mismo,allá afuera, bajo el instante en que escribo estas palabras, con toda su intensidad festiva, en el patio lleno de sol y de aire; una festividad que, triste/violentamente, ya no es.
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