Estoy leyendo en la cama. Empieza en alguna parte de la casa un pitido, una serie de pitidos, como una alarma. No tenemos, hasta donde yo sé, reloj despertador. O si lo tenemos nunca lo he escuchado cuando suena. Estoy solo en la casa. Es de mañana. Es una mañana fresca. Anoche no dormí con el ventilador para que vean lo fresco que ha estado el clima. Sigue el sonido de alarma y pienso, y en verdad pienso esto: ¿Qué tal si hay una bomba en la casa? Me trato de imbécil después de pensar esto de manera espontánea. La alarma sigue. Me levanto, el sonido es más fuerte mientras paso por el baño. Nada. Aparte del sonido electrónico de una alarma, ahora escucho un aleteo fuerte, luego un golpe metálico contra el piso. Me asomo al patio. La jaula del gorrión se ha caído. Salgo a recogerla, acomodo los enseres de la jaula, relleno de agua su bebedero. Me quedo un rato viendo al pájaro que me mira sin cantar. De paso siento el sol tibio y el pasto en mis pies. Después de un mes, sigo en casa. Regreso a mi cuarto. Por estar acomodando la jaula y el gorrión, me olvidé del sonido de alarma. Ya no se oye. ¿Pudiera haber una conexión entre el accidente del gorrión y la alarma? No lo sé. Creo que estoy enloqueciendo. Ahora desde mi cama, retomando la lectura, el gorrión, allá afuera, ha comenzado a cantar.
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