Dos de la mañana. Estoy viendo Cuchillo en el agua. Me da hambre. Pongo pausa a la película. Bajo por algo a la cocina pero antes paso a orinar. Enciendo la luz del baño y ahí está. Me había dicho R. que M. en la mañana había visto algo pasando rápido por la puerta, y ahora ahí está pero yo estoy descalzo. Nos miramos; yo me sobresalté, no esperaba encontrar a alguien en el baño a las dos de la mañana, a oscuras, debajo de la regadera. Corre y se esconde en la puerta. No puedo hacer gran cosa sin zapatos. Bueno sí, puedo gritar que hay un ratón y que anda en la regadera, pero son las dos de la mañana y despertaría a los que duermen plácidamente. Así que dejo que se escape. Pienso en poner el veneno que compré hace tiempo y que funcionó muy bien, pero no sé dónde está. Por la mañana le pregunto a R. o lo busco y lo coloco estratégicamente. Antes yo pensaba en escribir poemas sobre estas pequeñas cosas, ahora prefiero vivirlas y olvidarlas. No tienen importancia. Todo mundo tiene visitantes indeseables, como ese ratón de mierda metido en la regadera, a oscuras, detenido ahí, mirándome.
Antes, también, pensaba que estos accidentes en la casa no deberían de ser contados, pero si no lo cuento estoy seguro que no voy a poder dormir tranquilo lo que resta de la madrugada. Estoy paranoico ya, en este momento. Se me vienen a la mente anécdotas de ratones o ratas que amigos y conocidos me han contado. De las mejores anécdotas que recuerdo la de Don Roberto “el Chato” Godínez, amigo de mi papá. Se había ido de viaje y pasó la noche en un hotel, un hotel acá fino, no como en los que me quedo yo (uno de guadalajara que no mames, inolvidable). Estaba dormido bocabajo porque le dolía la espalda y en esa postura podía descansar mejor. Sintió de pronto, estando completamente dormido, arañazos: una enorme rata recorría debajo de la pijama, su espalda. No imagino el horror ni la forma en que pudo librarse de la sensación de la rata drenajera. Don Roberto dice que la rata se agarraba, le encajaba las uñas para no caerse. No pasó, vamos a decirlo así y para no alargar la historia, a mayores. Me imagino ahora, nomás para fastidiar, que Don Chato llegó después a su casa con sendos arañazos en la espalda y le contó toda su pesadilla a su esposa ¿le creería?
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