miércoles, 9 de julio de 2008

Dos (bellos/tediosos) momentos en la oficina

 1.Todo el día en la oficina. Y la oficina enjaulada en la lluvia. No se puede salir. La cascabel que matamos (no nos quedo otra) el lunes, nadie quiso llevársela. No me enteré quién se quedó con ella, pero hace rato supe que la aventaron a una especie de baldío y ahí está lista para que se la coman los gusanos. La serpiente tiene una hermosa piel. Magnetiza verla. Supongo eso mismo le pasa a las ardillas, a los roedores tan ágiles pero que no se salvan de la destreza de la serpiente, de su magnetismo. Entre que estoy en mi trabajo de oficina (pocos días al mes) y el perderme leyendo cosas en la red o fragmentos de algún libro, bebo agua, acomodo tanto papel y triques sobre la mesa de trabajo. Desde aquí, desde el escritorio donde estoy sentado no se ve el cielo ni se oye la lluvia. Suena el aire acondicionado. Y me pongo audífonos para no escuchar lo que a mí me parece ruido y a otros música de la radio. Quisiera estar en mi casa, acostado, leyendo, o viendo una película. O en la playa, aunque sea. Hoy, creo que no me he reído. Y yo siempre me río. No me carcajeo. Reír, o sonreír. Es de más caché (ya me dio risa esto que digo). Dejo de escribir. Pienso: me duele la espalda. Luego me paso la mano (izquierda) por mi cara y siento los pelos de mi barba creciendo, raspando.  Se siente agradable. Luego froto las manos una con otra. Como si tuviera frío. Pero no tengo frío. Tengo, a lo mejor, hambre y ganas de estar en otro lado ahora mismo. Son las tres de la tarde. Escribo esto como si estuviera estirando las manos para desmodorrarme. O como esa onda de los oficinistas, un poco de ejercicio junto al escritorio. Estas palabras son como, a lo mucho, tres lagartijas. Ejercicio de palabras, monólogo conmigo mismo mientras estoy en esta especie de pantano. Me hundo en la música. Lo prefiero siempre. 

2.Hace rato estaba mirando la lluvia, el sol queriéndose colar en este clima y la lluvia que no para. Estaba en el estacionamiento de mi oficina y vi a un compañero entrar a las frescas cortinas de la lluvia, subirse a una de las camionetas, arrancar como si llevara prisa, chocar contra un coche estacionado, frenarse, bajar a ver qué había pasado, qué había sido esa turbulencia en su camino, ver el golpe, como una mancha negra, en la salpicadera del coche blanco y limpio (gracias a la lluvia esto), mirar a varios lados, titubear si irse, quedarse, gritar, preguntarle a quien sea ¿de quién es ese coche?, tocar la mancha negra, la aspereza de la abolladura, revisar con qué parte de su camioneta le pegó, pensar a lo mejor en para qué tanta prisa, o por qué dejarían tan pegado ese coche a su camioneta, o cuánto le va a costar el accidente, luego me llama, yo que estoy mirando la lluvia y vi la escena, yo que no tengo nada que decir a nadie, yo que no quiero pensar sino ver la lluvia, oler la fresca tarde, yo que lo único que se me ocurre decirle a ese compañero acongojado es: eres un idiota.

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