Tengo un amigo que estuvo en Estados Unidos trabajando en una fábrica de alambre. Doce horas diarias durante tres años. Incluidos los domingos. Mandó discos, películas, una televisión del tamaño de una cancha de futbol uruguayo, y otras cosas. Entre esas cosas, un equipo poca madre de sonido. Mi amigo regresó y ahora vive tranquilo oyendo música con su equipazo de sonido que envidio a más no poder. En la sala de mi amigo está el poster de esa película de Jim Jarmusch que se llama Café y cigarrillos y otro con la letra de Escalera al cielo de Led Zepellin. En su mesita de centro hay un origami con la forma de una grulla que supongo mi amigo hizo con sus manos. Cuando voy a visitarlo nos sentamos a disfrutar de la música en ese equipo de sonido de ensueño. Mi amigo habla poco y estando con él se me contagia el mutismo. Si me pregunta algo, respondo. Si le pregunto, responde. A veces hemos tomado un jugo de naranja o agua simple. Me imagino que somos personajes de esa película de Jarmusch. Si la conocen se darán cuenta de qué hablo. Mi amigo también tiene un jardín interior (¿quién no lo tiene?) y dice que va a derribar un muro para poner un gran cristal y así entre la luz y, desde la sala, con la música llenando las horas, ver el pasto y los pájaros. Escalera al cielo es la canción que está en su poster, les decía, y es la canción que escucho ahora mientras escribo esto. Mi amigo compró la caja completa de la música de Led Zepellin y aunque sé que no es negra la caja negra de los aviones cuando mi amigo me enseña la caja de música de Led Zepellin, me digo: es una caja negra de un avión. Luego seguimos escuchando las canciones que caen como aviones sobre nosotros y nos dejan desmadrados por esa energía y entonces nos dan ganas de irnos lejos, viajar, ser otros. Varias veces mi amigo me ha dicho: cuando me muera quiero que pongan mis cenizas adentro de esta caja. Yo lo entiendo.
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