domingo, 21 de septiembre de 2008

Domingo en el trabajo, el zumbido de las balastras y el rascarse la espalda con manitas de colores

1

Recorro los 100 kms que hay de mi casa al trabajo. Es domingo. La carretera limpia de coches. Pienso que voy a llegar temprano pero lo pienso mientras estoy todavía entre las cobijas. Me levanto y agarro un libro de Octavio  Paz para ir al baño. Leo un ensayo sobre Borges. Traigo en la mochila manzanas, agua, un pedazo de rollo de guayaba, medicinas (¿cuándo dejaré de ser una sucursal de farmacias del ahorro?), un par de películas piratas que no he visto, dos o tres libros, la laptop. En la carretera pongo música del dominicano Alberto Beltrán. Domingo dominicano. Me encuentro con ciclistas sudando los calcetines. Mucho deporte demasiado temprano. Toco claxonazos de ánimo y algunos me saludan. Me pongo a cantar mientras el sol comienza a iluminar con fe. Salí tarde de la casa a pesar de que me dije que llegaría temprano, a pesar de que me levanté pronto.

2

En el trabajo, donde siempre hay gente las 24 del día, todos parecen muertos vivientes. Tienen cara de desvelo y nadie habla entre sí. Saben que es domingo. Saben que es una mentada de madre venir a trabajar, a estar de “guardia”. Pero ni modo de vivir de pura poesía.

3

Ahora estoy, luego de hacer lo que tenía que hacer en el trabajo (monitoreo, chequeo de blablablá), sentado, bostezando, pensando nebulosamente si veo una película o me acuesto sobre el escritorio hasta la hora de la salida. Hoy en casa mi esposa va a hacer de cenar pozole, porque el día del grito regresé de trabajar muy tarde y decidió ya no hacer nada de pozole y se fue a cenar (sin mí) a la casa de sus papás.

4

Aquí en la oficina sólo se escucha el zumbido de las balastras, el ronroneo del refrigerador y, cosa curiosa, pero no tan, el maullido de un gato. Es de una gata más bien. Lo sé. Es una gata llena de pulgas que algunos de aquí adoptaron como su mascota. Está ahora maullando porque tiene hambre. Yo también tengo hambre. Leo el periódico. Pura bilis escrita y pura bilis me desayuno. Hay manzanas y agua y rollito de guayaba. Dejo de escribir. Luego regreso. Escribo esto. Esto. Quiero leer el Esto, digo por decir. Quiero seguir mejor en la carretera, manejando con música de Alberto Beltrán. Estoy escribiendo medio adormilado. Bostezo número seis. Estoy de guardia. Me digo. Atento a lo que se necesite. Me rasco el brazo derecho con las uñas y luego con la llave de la camioneta. ¿Pulgas de la gata? Ahora comezón me camina por la espalda. Me rasco o me intento rascar con mediano éxito. Levanto la cara de la pantalla de la compu y veo un poster de un congreso internacional de política criminal que alguien colocó en este sitio. El diseño es un montón de manitas de diferentes colores, muy parecidas a las que venden o vendían para rascarse la espalda. Mi abuelo tenía una de esas manitas y sí le sacaba provecho. Pienso que el diseñador tenía comezón cuando le encargaron hacer el poster. Pienso en su creación, en cómo es que surgió. Teoría evidente: surgió entre dos necesidades: rascarse y hacer bien su trabajo. En la foto, los frutos:

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