En días pasados, que bien pudieran ser todos los días de mi vida, gente que me quiere, me aprecia, me estima, y hasta me ama, se ha dedicado a regalarme cuanta cosa se le ocurre, cuanto sentimiento le nace, cuanto objeto, imagen, pensamiento, emoción, revelación, sueño, deseo, o tonada que se le da. Me han regalado estos días varios libros, nomás por el gusto de hacerlo y ayer dos discos de música de mozart tocada de una manera alucinante por músicos egipcios. No era mi cumpleaños ni mi santo cuando me han hecho esos regalos ni me acabo de casar ni de divorciar como para que yo reciba así nomás, y claro no todo junto: un libro, unos discos, una sandía, unas bolsas de manzanas, una pluma, una libreta, un reloj, un destapador con forma de pez de plata, una herramienta para el taller, una botella de vino tinto, un separador para leer o dejar de, un vasito de agua, una vuelta en su coche nuevo, una playera, una sonrisa, un platillo (ayer) japonés, un vasito de agua, una bata acá de mauricio garcés (anoche) y hasta una vez, una bolsa grande de mota de Michoacán (la cual regalé porque yo soy deportista (ja)). Los regalos de la gente hacia mí, pienso, y yo tan sebo, tan de pronto, lo veo así, tan desatento. Quizá escribo esto porque hay tanto que agradecer y yo ni por donde me asome a decir con mi torpeza acerca de muchos ratos fregones con la gente que quiero, aprecio, estimo, amo y que habría en algún momento que mencionar como si tal cosa, como si estuviera el verano y saliera el sol y uno acá, en la alberca de la felicidad, jugando al buzo o haciéndole al muertito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario