Las cosas suceden, los golpes, los relámpagos, las caídas, el tiempo bueno. Me veo ahora escribiendo. Me veo ayer sentado en un café con un amigo que tenía tiempo sin ver. Me veo antes, en otro lugar, con las manos en una novela, hermosa, de John Cheveer. Anoche tenía el tiempo de decir las cosas que quería y la noche de Guanajuato y luego el camino solitario de madrugada y ningún coche salvo yo atravesando la sierra, mirando la neblina y las líneas blancas de la carretera que se perdía y luego en el entronque a San Miguel Allende los árboles iluminados como una escena de un sueño de Tarkovski y el recuerdo de Leaving Las Vegas y ese amor imposible y el camino sin habla y la noche entera sobre el coche que partía el silencio, el rumor del viento entre los bosques de encinos y las ciudades allá lejos como cenizas encendidas y los pensamientos que se pierden entre siluetas de animales que cruzan y los ojos brillantes de los coyotes y ahora el aire frío y la música de Sting y el sueño, los rastros del sueño y la caminata por el mercado viendo las frutas y todos los colores y los pasos de mi mujer en la grava y más tarde, cuando pensaba que estaba cerca de llegar a casa, la ponchadura, el detenerme en medio de la nada oscura y cambiar a oscuras la llanta, buscando a tientas los birlos y de pronto el rumor del aire entre unos maizales y luego como en una pausa girar la cabeza hacia el cielo y ver las estrellas como cuidándome, como su protección a mi soledad y entonces la prisa se me acabó. Dejé la cruceta, la llanta de refacción, dejé que el silencio volviera mientras seguía con la mirada en el cielo estrellado y luego, no sé después de cuánto rato, seguir. Me veo con otros dos amigos otro día que ya es noche en un lugar que se llama el Tiempo y estamos jugando de alguna manera con estar dentro del tiempo y fuera del tiempo y la conversación como llena de ecos, de resonancias, como si estuviera mirando adentro de un pozo y quiero ver el fondo o mi reflejo pero está muy hondo, no alcanzo y la noche crece y mientras estoy escuchando también veo los alrededores, las otras mesas con gente que sonríe y habla de lo que sabe y la curiosa imagen de una sombra, de la sombra de una gaviota que está planeando sobre la mesa de tres personas y yo traigo la cámara pero no me atrevo a tomar la imagen y no sé porqué, y esa sombra de gaviota como señalando algo, como si fuera un mensaje, y es parte de un mensaje, según yo, y nosotros, los demás que estamos ahí cerca de esa caligrafía que yo no puedo descifrar, de pronto sabemos que también somos parte de una oración, de una frase que alguien pudiera llegar a leer cuando encuentre la botella con el mensaje que entre los callejones que escurren lluvia y baja hacia los túneles de Guanajuato hasta romperse, suelte lo que se salve de lo que adentro llevaba, en su mayoría sombras, ecos, restos de algo que quiere comunicar un tiempo que era tiempo acumulado, tiempo detrás de la vida, como si fueran apenas los puntales de un puente interminable, como si fuera sólo el envase pero no sólo es el envase esa botella hecha de puros cristales de tiempo que nosotros podemos romper con nuestras palabras que hacen estallar la botella e inundar el mar del vacío en el que decimos ahogarnos y entonces encontrar algo de nosotros, una claridad que recordábamos y que aquí está, por todas partes, mientras escribo o leo o lees y dejas de hacerlo y te vas con la claridad que yo mismo estoy habitando hasta que la sombra de la gaviota en aquel lugar se incendia y todo está vivo y fugaz y es sagrado.
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