Siempre que estoy a contrarreloj, escribo. El boiler está encendido así que no puedo gastar inútilmente el gas ni el fuego ni el agua. Ahora, con los calcetines colgando de mis pies a punto de ser lanzados hacia el rincón de la ropa sucia, escribo de no sé qué. Pero sobre todo de los días que no he escrito y que ni falta hacían, ni hacen, dirán, dirán los que lo dirán. He andado ocupado, pero sobre todo, he andado feliz. Feliz con mi mujer porque nos fuimos al mar. Con mi hallazgos de lector desordenado también ando feliz. Y también feliz porque he seguido haciendo ejercicio y ai la llevo. Feliz porque vimos barcos y comimos deliciosamente y dormimos con el rumor del mar las 24 horas durante 4 días y jugamos una especie de I Ching mexicano con las cartas de la lotería. Feliz, debo decirlo así. No contento, feliz, como una chingada de feliz. Debemos, pienso, decir que uno está feliz cuando así pasa y no nomás profundo o triste o deprimido o llorón. Hoy, por cierto, lloré. Hace un rato. Mientras mi esposa y M. fueron a comprar víveres y yo me quedé en el coche y leí dos pequeños cuentos de un hermosísimo libro que encontré (madreadísimo de sus hojas y portada, como un animalito atropellado pero que en mis ojos se va a recuperar. Lo encontré o me encontró en un puesto de libros usados en un rincón de la ciudad) en diez pesos. Mi felicidad costó, hoy, diez pesos. Poca madre ¿no?. Es un libro para niños del poeta inglés Ted Hughes. Podría contar los dos cuentos que leí pero sería una porquería mi narración. El libro tiene un nombre bien hermoso: How the whole became and other stories. O en español: De cómo las ballenas llegaron a ser ballenas. Y precisamente el cuento sobre las ballenas fue el que me hizo llorar de puro contento, de pura belleza e imaginación del autor. Una belleza como la del mismo mar que todavía se escucha y lo podemos ver si cerramos los ojos, o como las cartas de la lotería que fueron las certeras respuestas a algunas preguntas que nos surgieron y que la magia de las imágenes ayudaron a resolver en nuestro momento de zozobra. Ante el agua que hierve en el bolier y la hora que es, nomás debo decir aquí, que ya pienso ponerme al corriente en este espacio. Aunque no lo tengo abandonado, según yo, sino que a uno se le acaba el descaro de hacer el ridículo en su blog. He andado ocupado y de vacaciones y mañana entro al trabajo y a los viajes de siempre. Gracias al mar de Vallarta, al poema que nos llevó hasta allá, a mi hermana por prestarnos su coche, y a los demás porque siempre nos andan queriendo. Y a los niños que aguantaron vara en la casa de sus abuelos. Ya me voy a bañar.
2 comentarios:
Estoy feliz porque disfrutaste tanto del mar, aunque yo sufrí con el automático sin frenos... otro día me cuentas más sobre esas vacaciones y me dejas ver las fotos con mas calma. See you!
Trompi: tenía que poner ese apunte sobre la felicidad porque luego a uno se le olvidan esas sensaciones. Por ejemplo, ahorita a una semana de que regresamos y en el pinche trabajo, ya siento que necesito otras vacaciones. La felicidad es un sueño. Te debo la lavada del coche.
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