martes, 18 de noviembre de 2008

Iconografía del mar, 1

1. Parece que aquí todo es ver. Vemos las luces, la luz jugando en el agua. Vemos el movimiento del mar desde el balcón, desde el noveno piso de este hotel que contruyó, según mis nervios, la poesía del vino.

2. El verde azulado del mar y las canciones que traigo tarareando y luego en retazos de en el mar la vida es más acá o porque yo soy el mar o qué más puedo decirte del mar/ sin rimar y mentir/ que tu piel es el mar al amar/ si me ahogara en ese mar…

3. Parece que aquí desde el amanecer hasta que estamos dormidos el rumor se teje hermosamente al sueño y a la mirada. Horas que ya no son, sino apenas un parpadeo cuando hablamos de algo que ya no terminamos de decir porque ya nos comió el mar, los lentos barcos llenos de luces, los lentísimos barcos que parecen viajar de a muertito sobre el oleaje que desde esta altura es, metáforas gastadas, una colcha que ondea entre astillas de sol y pelícanos que se hunden por los peces.

4. Verde turquesa. Color esmeralda. Luego me pongo a ver las fotos y es azul más que otro color. Entre azul celeste, y a lo lejos, a huevo, azul horizonte. Azul marino a veces y sino pa qué el nombre así. Bruma hace apenas un rato y el sonido del oleaje con el ventanal abierto. R. me despierta y me dice que nos vayamos a correr o caminar. Le digo que deberíamos llamarnos la Señora Papada y el Señor Papada. Lo digo porque veo las fotografías donde estamos y por el seguro resultado de las comilonas de las que estamos siendo víctimas (sin denunciar, por miedo al escándalo). 

5. Aunque estamos de vacaciones siempre hay un impulso a querer hacer planes. De lo que se trata aquí es de no hacerlos. De ser como esas flores que alguien dejó caer al mar o como las semillas que vine a ofrendarle y que el oleaje lleva y trae y no las destruye. Así nosotros, a la deriva del mar, del aire, del tiempo que no hay ahora, que quién sabe dónde está. Bajo a recepción y no saben la hora ni de Nueva York, ni de Tokio, ni de Ciudad de México. Las manecillas de los relojes se perdieron.

6. R., quien es mi esposa, me dice en la playa, acuéstate, te voy a enterrar. Al rato estoy tendido con unos treinta o cuarenta kilos de arena húmeda. Hace un sol y un clima maravilloso. Hace un viento ligero. Hay piñas coladas y todo lo que demás hay en el servicio del hotel todo pagado. Yo no pagué, ni mi esposa. Gané un premio y el premio fue venir acá, a mostrar mis carnes bofas y a asolearlas. Me gané la estancia haciendo el ridículo, es decir, haciendo versitos para concursos. La estafa perfecta.

7. Me quedo dormido enterrado de cuerpo entero salvo la cabeza. Nomás porque no traigo snorquel sino me hubiera enterrado completamente. Dice mi esposa que por un momento me dormí y hasta ronqué. No le creo. Ni que fuera un puerco. Entre sueños, o en la duermevela, me oí decirme: eres el hombre de arena, te has vuelto de arena, escucha tu cuerpo debajo, tu pulso completo, en cada granito, en cada cristal molecular. 

Al rato viene una ola y me deshace.

 

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