La sombra de escribir

Quiero que esta pausa se llame la sombra de escribir, que se llame la noche donde lleno de polvo y sudor miro una estrella que escolta un pino que un arbotante ilumina en una calle lejos de donde estoy pero que veo. Quiero que este venir desde una cueva, desde un cielo donde canto desde la tarde hasta hoy en el anochecer sea un rasguño, un lugar para estar parado mirando, saboreando las otras sombras que entre mis dedos hacen la música de un perro (sombras de la china en la navidad, horas sin luz, velas, plática de los que no sabíamos iban a llegar). Y me salgo del paréntesis y entonces veo a un señor en esa tarde del 25 jugando con sus hijos en el sillón de la tarde/noche y los columpios de los sueños.

Quiero que esta vez sea yo un pedazo de manantial mientras miro, mientras me miro en el desorden de los pocos días que arrastro desde los comienzos de mi sombra.

Quiero que venga el recuerdo del lugar sagrado, de los labios tiernitos, de mis manos ásperas en las  jornadas trabajadas y el frescor de los tabiques y el olor de la cerveza que disfrutan mientras el sol estaba en nosotros, en medio de la plática y de los poemas que los albañiles, el amanecer en el taxi, el llorar de gusto, y los cuadros de colores hermosísimos de los huicholes (el sol que R. me regaló en Vallarta) en la carpintería de Jorge.

Quiero que nadie me diga nada de lo que me miro hacer con gusto, porque sí, como todo esto que escribo. Eso quiero. Es decir que estoy sentado ahora, escribiendo en el centro de un desorden que deja fogatas, la carretilla con arena, el cactus en la orilla de la barda recién hecha, la herramienta y la madera honrando el sacrificio, la espera de venir a ponerme en el camino que desde hace días recomienza.