Hoy primero de enero del 2009 como a eso de las ocho de la mañana o la una de la tarde (¿qué importa este día el tiempo?), todavía en cama, desvelados por el ruido de los vecinos (bailaban y cantaban a coro música de banda) le cuento a mi esposa que antier que tuve que ir a una triste, inevitable, asquerosa guardia en mi trabajo me pasó algo curioso, algo que para mí significa cosas buenas, visiones casi místicas, supersticiones de banqueta pacabarpronto si así se quiere ver, pero para mí son cosas que me alivianan mi triste vida de empleado gris y sin corbata. No le conté que mientras iba rumbo al trabajo, que está a una distancia de 100 kms. de casa, la carretera, en fin de año, estaba desolada. Ni le conté tampoco que cerca de un lugar que se llama La quebradora, en una curva, casi me estrello contra una manada (¿si es manada o rebaño o hato?) de hermosos caballos que iban cruzando mi camino. Ni le conté que antes de salir de casa me hice wey y no revisé ni el aceite ni el agua del radiador, cosa que siempre mi esposa me recomienda o solicita hacer antes de usar nuestra nave. Pues ahí iba, en el camino, oyendo música, disfrutando de la carretera despejada. Pensaba: fin de año. Pensaba: ni modo a trabajar. Luego vi el tablero marcándome un movimiento en la aguja de la temperatura. Subía. En las rectas, al aumentar la velocidad, el coche contra el aire frío que baja de los cerros, la aguja bajaba. Pensé en el agua del radiador. Seguí manejando hasta decidir detenerme, caminar a buscar agua. Fui vigilando la aguja hasta que subió un poco más arriesgando el motor y mi cómodo viaje. Me detuve en el poblado de San José de Allende. Abrí el cofre y con una franela quité el tapón del radiador. La poca agua que tenía salió evaporada a alta temperatura y a gran presión. El día estaba quieto. Había un perro echado en un montón de paja y me observaba aburrido. Caminé hacia una casa y una señora lavaba ropa entre unas matas deshojadas de durazno, desnudas por el invierno. Le saludé y pedí agua. Platicamos un poco de mi destino y de la ausencia en la zona de talleres mecánicos o de gasolinerías. Me dijo: ojalá y sí funcione su coche. Fui tres veces por agua y el radiador no se llenaba. Cuando vacíaba el segundo frasco de agua, una gallina salió de alguna parte y se dirigió a donde estábamos mi coche y yo. Yo intentaba no desperdiciar el agua y me concentraba en atinarle al orificio del radiador. La gallina se detuvo a un medio metro de mí. Era una gallina de plumaje terso (visualmente terso), café claro y yo diría que joven. Intenté acercarme ahora yo a ella pero la gallina retrocedió. ¿Qué había hecho que la gallina se acercara a mí? ¿Era una gallina mecánica socorriéndome, o yo me sentía muy gallo (sobre todo en mi peinado), o ella se acercó a cacaraquearse de mi descuido por no haber revisado el coche antes de viajar? Seguí vaciando el agua y la gallina seguía ahí mirándome. La observé. Entonces entendí que, como el radiador del coche, la gallina tenía sed. Vertí un poco de agua y del pequeñísimo charquito que se hizo antes de que fuera absorbida por la tierra seca, la gallina empezó a beber. Fui por más agua. Regresé y la gallina regresó. Se acercó más. Esto fue lo que le conté a mi esposa. También le conté que se me ocurrió llenar de agua el cuenco de mi mano y esperar que la gallina se acercara a beber de mi mano. Y lo hizo. Bebió fresca agua de mi mano y ahí, pensé ya luego, pude haberme robado a esa hermosa gallina y cenármela para año nuevo, pero en ese momento me sentía habitado por el espíritu franciscano que hasta en gente como yo de vez en cuando sacamos a relucir. La gallina se alejó satisfecha, como mi coche y yo, saciados y con nuevos bríos de ir hacia nuestros destinos. Esa fue mi historia, le dije a mi esposa, hoy como a eso de las ocho de la mañana o tres veinticinco de la tarde, del 1 día del año nuevo, mientras estábamos todavia en cama, desvelados por la música de banda de los vecinos. Ahora, luego de la noche de fiesta, el día está quieto, callado, duerme. Canta, curioso notarlo, sin importar la hora, un gallo.
1 comentario:
Estoy esperando algo que leer y tu ni te acaloras. Ya sé que andas con lo de tu carpintería pero no me dejes sin lectura. Ya no soporto las "plegarias atendidas" porque son perversión... Está loco ese libro que me prestaste... o me lo preste yo misma un día que no estabas?, como sea, ya escribe.
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