
Caer por voluntad o desde una banqueta del sueño a una alberca repleta de mierda. Sentir el ahogo y la pestilencia, manotear y luego hacerse algo de calma, decirse así mismo esto no está pasando, este olor no es un olor ni esta alberca de mierda del tamaño de un país (¿dónde están las orillas?) o del tamaño de mi vida es mierda. Luego, conforme pasa el tiempo, que pueden ser minutos o años, empezar a decidir no moverse y acostumbrarse al olor, ese olor que ya no es tan fuerte, que se puede soportar. Llega una grúa y gente buscándome en ese extraño naufragio ¿o será navegación? y lanzan cuerdas y salvavidas y yo no me muevo y ahí estoy, respirando con calma, suspendido, hundido hasta el cuello, dejando que todo pase, a veces mirando el cielo, a veces intentando rascarme un brazo por la picazón de la porquería. Quedarme ahí a pesar de los esfuerzos de los otros por salvarme. Entonces imagen de infancia: veo un pájaro con su canto de oro, abro la puerta de su jaula y el ave no se mueve de su lugar. No sabría qué hacer o a dónde ir si tocara la libertad.
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