Siempre que leo algo pasa que voy cayendo en vértigo libre por la historia, por el universo donde por silencios respiro, en sueños resucito, en palabras gozo y entonces algo, otra cosa, una pausa que surge, me hace que salga de la historia y comience a buscar otro libro para empezar, simultáneamente, su lectura. Hace días, pocos, comencé a leer una novela. Hoy estoy dentro de esa historia y aunque acá, me la paso bien, sobreviviendo en este mundo de política podrida y país como oficina gubernamental, la novela que ahora leo abarca casi todo mi espectro de pensamientos y conexiones mentales. Vivo la metáfora del libro, o las muchas, o las varias metáforas de las historias de la novela que leo. (Acábamos de comer: caldo de verduras y pollo, agua de melón con hielitos, tortillas de colores y queso fresco) Mi esposa duerme un poco antes de regresar a su trabajo. Yo escribo y a la vez me distraigo yendo a mi biblioteca personal (se escucha acá, grueso, pero ni modo) a pescar, a antojarme de lo que quiero leer. Agarro un libro y leo un fragmento, sopeso el deseo y si es lo suficientemente fuerte me llevo el libro. Así ando por las repisas hasta que uno o dos bajan conmigo a piso firme (el supuesto estudio y biblioteca es el pequeño espacio del ático) y en la mesita de noche sigue el enorme edificio de libros leídos a medias, releídos o en lista de espera. Varios libros viajan muchos kilómetros conmigo y a veces, cuando hay tiempo y forma, me pierdo en la lectura y descanso de la rutina laboral. Ahora escribo acostado, escucho la tarde tan ausente ya de balazos (desde la madrugada Celaya se volvió igual Tijuana o Michocán o Tamaulipas. Enfrentamientos entre narcos y/o secuestradores y polis y militares. Balacera de más de cinco horas, patrullas, sirenas y helicópteros). Se escuchan pájaros, el sonido del agua cayendo de la regadera, los silbidos de M. que con este calor se metió a bañar.
Dan ganas de estar así, como ahorita, como si fueran vacaciones o las premuras económicas hubieran dejado de importar. Escribir y leer. Oír música o ver un capítulo de Lost descargado gratuitamente de la web. Sorber los hielitos del agua de melón. Estirar los dedos de los pies libres ya de los calcetines engorrosos y mundanos.
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