La espera

Estoy sentado en un cómodo de sillón de la casa de mi hermano G. No hay nadie en casa. Estoy sentado desde hace horas. Me dije siéntate y ponte a leer mientras llegan. Leí la novela que traigo y escuché música y, luego en la computadora, leí correos y noticias amargas. Se vino la noche. Yo sentado. Alguien encendió la luz. Alguien dijo ayer soñé que la niña andaba caminando perdida y yo la encontraba y su mamá allá como si nada y luego tu tío tenía hambre y yo pensé, le voy a dar de comer a mi hermano; ve nomás cómo andas de borracho; ven siéntate para que te dé de comer; y me daba coraje que su madre no estuviera buscando a la niña. Alguien ha puesto, ahora, un gato, un gato que ronronea a menos de medio metro de donde estoy sentado y el gato me mira y yo juego a que mi mano es una araña que camina lentamente con mis tentáculos/dedos hacia el territorio del gato, de ese gato que alguien dejó entrar. Alguien me dijo, también, hace rato, lo recuerdo, te vendo una guitarra, necesitas verla para que me digas cuánto me puedes dar por ella. Alguien se reía por la mañana mientras el aire frío de la montaña nos hacía brincar como si aleteáramos. Alguien me dijo traes pantalón de cholo y sueter de Enrique Iglesias. Alguien se me quedó viendo un minuto el viernes por la mañana, dijo mi nombre, el frío se me quitó, salí de donde estaba con eso, como si me hubieran dado un regalo o un abrazo, que para el caso es lo mismo. Un minuto cálido entre tanta lejanía. Me bebí un café desde, primero que nada, su aroma y luego a sorbitos. Veía el vapor del café mientras gente alrededor mío platicaba de cosas del trabajo. Ahora estoy sentado en un sillón de la casa de mi hermano. Veo el gato que me ve. Oigo un tintinear de llaves y, a los que esperaba, abren la puerta.