viernes, 24 de abril de 2009

Lugar para los pedacitos


Se puede leer muy bien aquí. Aunque no soy un buen lector sé que se puede leer muy bien aquí. No soy un lector resistente. Leo pedacitos. Un capítulo de una novela. O un poema. O un ensayo. A veces, un cuento. Una cosa u otra. No puedo sostener la concentración mucho tiempo. Soy absolutamente disperso. Descanso mucho de leer. Al rato le sigo a la lectura y luego, otra vez, descanso. Conozco lectores que se hunden en el libro días completos. Hasta que lo terminan no paran. Lectores a fondo. Debe ser como irse a vivir, en la propia casa, cama, silla, a otro país.  Yo apenas cuando voy a ese país de la lectura profunda, me regreso. Aquí hay, donde digo que se puede leer muy bien, una banca con sombra, y aunque se escuchan, se llega a escuchar los ruidos de la calle y el barullo de una escuela (están los niños en el recreo) me digo, así lo siento, este lugar es bueno. Con la sombra cubriendo la banca el clima es templado, como cuando uno se sienta en la sombra de algunos árboles. Sombras refrescantes rodeadas por los vapores infernales de abril. La luz, al llegar a las páginas de la lectura, no lastima la mirada. Hoy leo la novela “Otra vez el mar”, del cubano Reinaldo Arenas. Un pedacito, de los que leo en la novela, dice:

“Cuando se tira una piedra en el agua, todo se confunde. El pinar, el cielo, las nubes. Todo junto no es más que un brillo de colores dentro del agua.” 

Y yo, cuando leo cosas así, tengo el vicio de decirme: ese pedacito es un poema entero. Antier que me senté en esta misma banca leía al poeta irlandés Seamus Heaney.  Y hacía mucho calor pero yo leía algunos poemas donde se mencionaba la lluvia y, puede que esté enloqueciendo, pero sus palabras me refrescaban la vida.

En esta banca además de leer muy bien, también se puede beber nieve, platicar, recostarse, besarse, rascarse la cabeza, comerse una torta, reírse solo o acompañado, o pensar, o quedarse viendo el paso de la gente o sentir el silencio que la ciudad a ratos ofrece, entre muchas otras actividades que todavía no intento. Junto, a mis pies, crecen flores violetas  que han de ser idem o petunias. El piso es de grava suelta y cuando uno camina los pasos suenan, se me atonja imaginar, como si uno trajera espuelas, arreos de vaquero, porque las piedras de grava al pisarlas hacen algo de escándalo. Algunos pájaros vuelan asustados si uno corre sobre la grava (se escucha la carrera como el paso de un tren) pero, supongo, hay pájaros que conocen este lugar muy bien y cuando escuchan el crujir de las piedras, pues no pasa nada, siguen en lo suyo que es cantar sobre todo, o esperar que alguien tire migajas, o simplemente (sin importar el calor) se echan a volar en este hermoso cielo de abril, limpio de nubes y, por supuesto, de grava.

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