De golpe todo es escribible. Lo de ayer, lo del sueño de ahora, lo de todos estos días con sus historias invisibles. Hace minutos que despierto en la madrugada y me acuerdo (¿por qué me acuerdo a estas horas de esto?) de ese cuento de Cortázar donde el personaje es un muerto y habla de las nubes que se ven pasar por su tumba y también me acordé (porque ya pasó hace muchos minutos) de aquel poema chingón del ruso Brodsky donde la voz del poema es otro muerto que escucha los pasos de su viuda acercándose a donde el está sepultado.
No día de muertos sino días del muerto que a cada rato somos. No nadar de a muertito sino andar de a muertito por el mundo.
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Antier el gorrión de pecho rojo que mi esposa atrapó con un sueter y luego de meses de darle su alpiste y cambiarle el agua todos los días, estuvo cantando de manera hermosa durante gran parte del día. Nunca (esta palabra es la correcta) lo había escuchado. Estoy seguro que desde que llegó aquí nunca había cantado. Suponía que todavía no era el momento de su canto pero antier cantó, llegó su tiempo de cantar. El día fue frío, con el sol tibio, inútil ante las ráfagas heladas del aire, pero el canto del gorrión me hizo pensar en veranos templados y hermosa luz.
Por la noche que regresamos a casa, el niño M. dejó escrito sobre la jaula ya sin gorrión ni canto adentro: “EL PAJARO HA MURTO”. Como la letra “e” ausente en el mensaje, un gato, uno de los muchos gatos de los vecinos, se comió al gorrión con todo y su recién estrenado canto. Antier, no lo sabia yo hasta que leí el mensaje del niño M., nuestro gorrión fue Mozart por un día y estaba componiendo su Requiem. Supongo que seguirá el frío.
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La camelina, el florecido arbusto de flores violetas, ayer la arrancaron los albañiles porque ahí donde era su sitio irá una barda. La camelina no sabe de la tristeza que me dio. Quizá no soporte el trasplante. Ojalá y de alguna manera encuentre su lugar para que de nuevo florezca.
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A lo mejor anécdotas cursis o llámesele como quiera. Pequeñas historias invisibles en estos días de andar de a muertito en plena construcción donde los albañiles silban como gorriones en las zanjas que escarban. Gorriones que beben caguamas, cotorrean de las madrizas de su trabajo, dicen cosas tan filosas como cualquier ensayista o filósofo o poeta. Saben de la vida. Me cae que saben de la vida. Tienen, lo he visto, los pies puestos casi todo el día sobre la tierra. Mientras yo acá, floto como los puercos de Pink Floyd y me río de mi estupidez o mi estupidez me despierta a esta hora de la madrugada y me quedo mirando la noche iluminada por una luna brillantísima de noviembre hasta que, espero, me gané otra vez, de verdad lo espero, el sueño.
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