Camino. Tengo el día entero caminando bajo el sol. ¿Hacia dónde camino? Encontré lugares, calles, imágenes. Encontré entre los pasos algún pensamiento útil en estos días de gran inutilidad. Pensé en dejar la pereza. Pensé en la lentitud del sabor cuando, como si caminara, como si dejara de lado los servicios de transporte, estoy en la lectura de esa novela de Ondaatje o el libro de entrevistas a Pacino. Camino y descubro que estoy, quizá desde ahora, dejando parte de la ansiedad que me correteaba, de la presión que me ponía entre la niebla de la enfermedad y las obligaciones sin raíz. Ya muy cerca de casa toqué mi cabeza rapada y el calor del sol perforaba mi cráneo y lo hacía sudar. Me cubrí con una revista que traía unos poemas sobre dragones. Caminé sin tomar descanso con los dragones en mi cabeza. Sonreí como si hubiera escuchando una canción que me gustara. Metí la llave a la cerradura de la casa, bebí jugo de naranja con muchos hielos, me tendí frente al ventilador que giraba dichosamente sus frescos pétalos. Me dormí como si no debiera nada a nadie, como si el mundo me amara. Más tarde cayó un aguacero y desde la ventana del ático saqué, estiré la mano con el cactus que allá vivé en una maceta y el cactus y mi brazo sintieron otra especie de felicidad. Pensé en la estrella negra de un país africano. Quité un poco de polvo del lugar que asigné para escribir, para guardar los libros, las películas. Sentí el aire fresco, la limpia amplitud de la casa cuidada hoy sábado por mi mujer, mi mirada me supo a un mes de junio por todos los alrededores, bajé las escaleras, recorrí descalzo las texturas, me seguí de largo en mi caminata.
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