domingo, 24 de marzo de 2013

Flores de sombra



Desde hace cinco meses vivo solo. En otra ciudad donde no está mi familia. Así que paso las tardes luego del trabajo haciendo o decidiendo qué hacer. A veces voy y hago ejercicio (frontón, algo de pesas, o box, o trote) o me voy al cuarto donde duermo y me pongo a leer, a acomodar el eterno desorden que misteriosamente genero en ese espacio, o toco la guitarra o veo alguna película o escucho música y al mismo tiempo canto. A veces escribo o tomo fotografías de algún objeto o lo que se ve por la ventana. El atardecer. Unas personas pasando por la calle empedrada. El colibrí que siempre viene, pasa, se detiene y desaparece. También por ahí tengo pendientes un par de cuadros al óleo pero soy indisciplinado.
Mi familia no vive lejos y aunque estoy a apenas una hora de camino ya va para dos meses que no voy a la ciudad donde ellos viven y casi no los llamo. La sicóloga me dijo que es la crisis de los 40. La terapeuta me dice que es las características de ser hijo parental ya cansado. Dios no opina nada. Todavía. Aun con esto a veces me siento en buen estado, porque creo que estoy en un proceso muy provechoso para mi persona. Creo que nunca había pasado tanto tiempo tan solo. Por elección. Y como estoy solo es difícil que tenga con quien hablar. No me estoy quejando ni estoy tratando de generar compasión o algo así. Podría hablar con mucha gente o visitarla pero no tengo deseos de eso. Hay algo que estoy procesando, me digo. Algo como acomodando un desorden como el de mi cuarto pero adentro de mí. En mi cuarto hay libros por todas partes y adentro de mí están todas esas palabras, frases, silencios bellísimos, en desorden. Entonces me siento como si tuviera en las manos una bola de estambre de unos colores muy bonitos y esos estambres están todos enredados y yo quiero desenredar todos esos hilos de colores y quizá usarlos para poner en mi cuarto tendederos y ahí colgar mis calcetines o mis calzones cuando los lavo. Así a veces siento que estoy desenrendando algo bueno y  que me tiene ocupado. A veces camino desde el trabajo hasta acá y me meto en las galerías de pintura o en alguna cafetería y veo todo con mucho cuidado o me siento en algún lugar y leo o pienso o simplemente me que quedo viendo lo que hay, y lo que hay es mucho, pero es un mucho que no tiene palabras o es un espacio donde puedo seguir desenredando la bola de hilos enredados que siento en el pecho y que mis manos están desenredando. No siento dolor ni pena ni me siento solo ni triste, aunque a veces esté triste pero no estoy triste porque esté solo o me sienta desgraciado, no, me siento triste porque así es uno, porque es natural sentirse triste como también me siento alegre, pero lo que quiero decir es que no me pone triste estar como estoy, con una bola de hilos enredados en las manos. Estoy a gusto con esta tarea que se me apareció en esta etapa de mi vida. Hace unos días cumplí 40 años. Pero eso creo que sólo a la sicóloga le dice algo. A mí que cumpla 100 o 23 es lo mismo. Quizá no debería decir que es lo mismo pero así siento en los cumpleaños. Da gusto que a uno lo quieran cumplas años o no. Me da gusto que me quieran, entonces está bien que yo cumpla los años que cumpla.
Los fines de semana, luego del trabajo, regreso a mi cuarto. Es un cuarto amplio con dos pequeños libreros (tengo libros buenísimos), un escritorio con la computadora, un sillón para dos personas (love set), dos closets, dos mesas de centro, tres sillas, cama (en realidad es sólo el colchón, no quise la base), una barra de pesas, un par de bancos. El baño es grande, aparte de la regadera, lavabo, excusado, tiene una tarja para lavar ahí ropa o trastes. Hay cuatro lámparas en el cuarto así que a veces prendo una u otra y cambia la atmósfera del espacio dependiendo la luz que encienda. Olvidaba la tele y el DVD, pero rara vez la enciendo. Ah y la laptop que uso ahora para escribir esto a las 5 de la mañana.
En la cochera está la motocicleta y eso es todo mi universo en esta ciudad. La dueña de la casa platica conmigo a la hora de la cena. Me presta su cocina y yo me preparo de comer. La dueña de la casa se llama Luz y a la hora de la cena platicamos de varios temas pero ella habla mucho de nutrición. Ya hablaré un día sobre Luz.
Los fines de semana, decía, descanso del trabajo y entonces me voy a jugar frontón temprano y terminando regreso a almorzar. A veces me preparo tortas de papa, o unos huevos revueltos, o chorizo con cebolla o frijoles, platillos sencillos acompañados de una jarra de agua de limón o naranja. Anoche Luz me prestó un molcajete y me hice una salsa. Me duermo toda la tarde, me baño y lavo mi ropa, leo y a veces escribo.
El domingo pasado luego de jugar frontón me quedé sentado sintiendo el sol, la tibieza, su calor, y me dije quédate aquí, no necesitas ir a ninguna otra parte, hoy aquí en esta orilla está tu lugar.
Un jugador que también se estaba vistiendo se quedó a unos metros de mí sentado también, bebiendo agua (yo no llevé mi agua; hubiera sido perfecto) y luego me dijo que nos veíamos el próximo domingo pero no se fue. Yo estaba en un estado muy confortable, sentía que me estaban pasando cosas que nada tienen que ver con las palabras, que tenían que ver con la sensación como, así lo sentí, lo pienso ahora, curativa del sol, o la mezcla del sol, el cansancio, la soledad más recia de los fines de semana ¿por qué no he ido  a ver a mis papás, o  a mis hermanos? ¿qué no debería extrañar a mis amigos, los lugares en donde tantos años he andado? Mi compañero del frontón se acercó y empezó  a platicar conmigo, a hablar de los otros jugadores. Luego me contó que es jardinero, que trabajó desde niño con su papá en una de las casas de Pedro Vargas. Yo le pregunté si había flores que crecen en la sombra y que me dijera de los cuidados que hay que darles porque quiero tener una maceta en el cuarto. Me dijo que sí y me dio los nombres y las características de esas flores. Me dijo donde podía comprarlas. Le pregunté más cosas de jardinería y pensé en Jamaica Kincaid, una novelista caribeña que tiene un libro sobre jardinería y literatura y quise de pronto mencionarle eso pero lo que El Pulga (así le dicen, no sé su nombre. En el barrio podría decir que, parafraseando a la Biblia: En el principio fue el apodo) platicaba era mejor. De rato se despidió y me quedé ahí, bajo el sol.

                           

Tomé la motocicleta y en lugar de irme a mi cuarto tomé rumbo  a la Presa y tomé algunas fotografías (llevaba mi cámara); compré pescado recién salido del agua (que estaba tibia y me dieron ganas de nadar) a una señora que estaba con sus dos hijos en la orilla de la presa, junto a su lancha de remos. 

                            


Anduve por ahí viendo, como refrescándome la mirada con el paisaje, vi gente de día de campo, vi gente en kayak (palíndromo) (¿el que kayak otorga?), me planteé rodear la presa en la moto pero traía muy poca gasolina y no había comido absolutamente nada y eran las tres de la tarde y me dije que otro día sería eso, que tenía que volver porque el pescado fresco ya no iba a llegar tan en esa bolsa de plástico.
   

Llegué a la cocina de Luz y preparé dos pescados fritos y agua de limón. Cuando estaba lavando los pescados y luego de más de una hora de que los habían sacado del agua, les habían quitado las vísceras de manera poco delicada, los habían desescamado, los pescados todavía se movían y boqueaban.

Quién sabe por qué razón, pensé en mí.


1 comentario:

mar dijo...

no salieron las fotos, al menos no se ven en mi compu!

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