Desde
hace cinco meses vivo solo. En otra ciudad donde no está mi familia. Así que
paso las tardes luego del trabajo haciendo o decidiendo qué hacer. A veces voy
y hago ejercicio (frontón, algo de pesas, o box, o trote) o me voy al cuarto
donde duermo y me pongo a leer, a acomodar el eterno desorden que
misteriosamente genero en ese espacio, o toco la guitarra o veo alguna película
o escucho música y al mismo tiempo canto. A veces escribo o tomo fotografías de
algún objeto o lo que se ve por la ventana. El atardecer. Unas personas pasando
por la calle empedrada. El colibrí que siempre viene, pasa, se detiene y
desaparece. También por ahí tengo pendientes un par de cuadros al óleo pero soy
indisciplinado.
Mi
familia no vive lejos y aunque estoy a apenas una hora de camino ya va para dos
meses que no voy a la ciudad donde ellos viven y casi no los llamo. La sicóloga
me dijo que es la crisis de los 40. La terapeuta me dice que es las
características de ser hijo parental ya cansado. Dios no opina nada. Todavía. Aun
con esto a veces me siento en buen estado, porque creo que estoy en un proceso
muy provechoso para mi persona. Creo que nunca había pasado tanto tiempo tan
solo. Por elección. Y como estoy solo es difícil que tenga con quien hablar. No
me estoy quejando ni estoy tratando de generar compasión o algo así. Podría
hablar con mucha gente o visitarla pero no tengo deseos de eso. Hay algo que
estoy procesando, me digo. Algo como acomodando un desorden como el de mi
cuarto pero adentro de mí. En mi cuarto hay libros por todas partes y adentro
de mí están todas esas palabras, frases, silencios bellísimos, en desorden.
Entonces me siento como si tuviera en las manos una bola de estambre de unos
colores muy bonitos y esos estambres están todos enredados y yo quiero
desenredar todos esos hilos de colores y quizá usarlos para poner en mi cuarto
tendederos y ahí colgar mis calcetines o mis calzones cuando los lavo. Así a
veces siento que estoy desenrendando algo bueno y que me tiene ocupado. A veces camino desde el
trabajo hasta acá y me meto en las galerías de pintura o en alguna cafetería y
veo todo con mucho cuidado o me siento en algún lugar y leo o pienso o
simplemente me que quedo viendo lo que hay, y lo que hay es mucho, pero es un
mucho que no tiene palabras o es un espacio donde puedo seguir desenredando la
bola de hilos enredados que siento en el pecho y que mis manos están desenredando. No siento dolor ni pena ni me
siento solo ni triste, aunque a veces esté triste pero no estoy triste porque
esté solo o me sienta desgraciado, no, me siento triste porque así es uno,
porque es natural sentirse triste como también me siento alegre, pero lo que
quiero decir es que no me pone triste estar como estoy, con una bola de hilos
enredados en las manos. Estoy a gusto con esta tarea que se me apareció en esta
etapa de mi vida. Hace unos días cumplí 40 años. Pero eso creo que sólo a
la sicóloga le dice algo. A mí que cumpla 100 o 23 es lo mismo. Quizá no
debería decir que es lo mismo pero así siento en los cumpleaños. Da gusto que a
uno lo quieran cumplas años o no. Me da gusto que me quieran, entonces está
bien que yo cumpla los años que cumpla.
Los
fines de semana, luego del trabajo, regreso a mi cuarto. Es un cuarto amplio
con dos pequeños libreros (tengo libros buenísimos), un escritorio con la
computadora, un sillón para dos personas (love set), dos closets, dos mesas de
centro, tres sillas, cama (en realidad es sólo el colchón, no quise la base),
una barra de pesas, un par de bancos. El baño es grande, aparte de la regadera,
lavabo, excusado, tiene una tarja para lavar ahí ropa o trastes. Hay cuatro
lámparas en el cuarto así que a veces prendo una u otra y cambia la atmósfera
del espacio dependiendo la luz que encienda. Olvidaba la tele y el DVD, pero
rara vez la enciendo. Ah y la laptop que uso ahora para escribir esto a las 5
de la mañana.
En
la cochera está la motocicleta y eso es todo mi universo en esta ciudad. La
dueña de la casa platica conmigo a la hora de la cena. Me presta su cocina y yo
me preparo de comer. La dueña de la casa se llama Luz y a la hora de la cena
platicamos de varios temas pero ella habla mucho de nutrición. Ya hablaré un
día sobre Luz.
Los
fines de semana, decía, descanso del trabajo y entonces me voy a jugar frontón
temprano y terminando regreso a almorzar. A veces me preparo tortas de papa, o
unos huevos revueltos, o chorizo con cebolla o frijoles, platillos sencillos
acompañados de una jarra de agua de limón o naranja. Anoche Luz me prestó un
molcajete y me hice una salsa. Me duermo toda la tarde, me baño y lavo mi ropa,
leo y a veces escribo.
El
domingo pasado luego de jugar frontón me quedé sentado sintiendo el sol, la
tibieza, su calor, y me dije quédate aquí, no necesitas ir a ninguna otra
parte, hoy aquí en esta orilla está tu lugar.
Un
jugador que también se estaba vistiendo se quedó a unos metros de mí sentado
también, bebiendo agua (yo no llevé mi agua; hubiera sido perfecto) y luego me
dijo que nos veíamos el próximo domingo pero no se fue. Yo estaba en un estado
muy confortable, sentía que me estaban pasando cosas que nada tienen que ver
con las palabras, que tenían que ver con la sensación como, así lo sentí, lo
pienso ahora, curativa del sol, o la mezcla del sol, el cansancio, la soledad
más recia de los fines de semana ¿por qué no he ido a ver a mis papás, o a mis hermanos? ¿qué no debería extrañar a
mis amigos, los lugares en donde tantos años he andado? Mi compañero del
frontón se acercó y empezó a platicar
conmigo, a hablar de los otros jugadores. Luego me contó que es jardinero, que trabajó
desde niño con su papá en una de las casas de Pedro Vargas. Yo le pregunté si
había flores que crecen en la sombra y que me dijera de los cuidados que hay
que darles porque quiero tener una maceta en el cuarto. Me dijo que sí y me dio
los nombres y las características de esas flores. Me dijo donde podía
comprarlas. Le pregunté más cosas de jardinería y pensé en Jamaica Kincaid, una
novelista caribeña que tiene un libro sobre jardinería y literatura y quise de
pronto mencionarle eso pero lo que El Pulga (así le dicen, no sé su nombre. En
el barrio podría decir que, parafraseando a la Biblia: En el principio fue el
apodo) platicaba era mejor. De rato se despidió y me quedé ahí, bajo el sol.
Tomé
la motocicleta y en lugar de irme a mi cuarto tomé rumbo a la Presa y tomé algunas fotografías (llevaba
mi cámara); compré pescado recién salido del agua (que estaba tibia y me dieron
ganas de nadar) a una señora que estaba con sus dos hijos en la orilla de la
presa, junto a su lancha de remos.
Anduve por ahí viendo, como refrescándome la
mirada con el paisaje, vi gente de día de campo, vi gente en kayak (palíndromo)
(¿el que kayak otorga?), me planteé rodear la presa en la moto pero traía muy
poca gasolina y no había comido absolutamente nada y eran las tres de la tarde
y me dije que otro día sería eso, que tenía que volver porque el pescado fresco
ya no iba a llegar tan en esa bolsa de plástico.
Llegué
a la cocina de Luz y preparé dos pescados fritos y agua de limón. Cuando estaba
lavando los pescados y luego de más de una hora de que los habían sacado del
agua, les habían quitado las vísceras de manera poco delicada, los habían
desescamado, los pescados todavía se movían y boqueaban.
Quién
sabe por qué razón, pensé en mí.
1 comentario:
no salieron las fotos, al menos no se ven en mi compu!
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