Vengo
caminando por algunas calles solitarias empedradas. Voy a comer. Busco caminar
bajo las sombras evitando el sol de abril, el artero calor y la intensa luz de estos meses infernales.
Anoche también dormí muy mal por el calor. Creo que refrescó hasta como a las
cinco de la mañana. De todos modos y a pesar del calor soñé que iba de un lugar
a otro pero no caminaba sino que me desplazaba por las ramas de los árboles
como si fuera un chango. Pude haber dicho como Tarzán pero casi sería decir lo
mismo porque Tarzán era o es el rey de los monos. Ese sueño quiero explicarlo.
Aunque es una explicación muy estúpida, digna de Facebook, es decir que estoy
dando la explicación correcta en el lugar correcto. Yo creo que soñé que me desplazaba como
chango por las ramas porque cada vez que despertaba para buscar un lugar fresco
en la cama terminaba diciendo pinche calor. Así que el sueño eran unas hermosas
arboledas interminables, con sus ramas y copas frondosas donde yo como acróbata
brincaba de una a otra rama hasta llegar a mi trabajo. ¿Pero por qué soñar que
soy un chango? Sencillo. Como a las 3 de la mañana me levanté a orinar y a
beber agua de limón que en la noche había preparado y que estaba bien muerta en
el refrigerador. Fui por un vaso de agua de limón más que refrescante y luego
en la cama de vuelta a dormitar abrumado por el calor y uno que otro mosquito
que se coló por algún lado, me puse a leer un libro que es como un poema-ensayo
sobre el lenguaje y que se llama El mono gramático, de Octavio Paz. Entonces
mezclas un pinche calorón más una lectura de madrugada con changos y ahí tienes
un bonito sueño donde el calor te la pela y te sientes feliz de llegar sin gota
de sudor al trabajo y muy fresco, a desayunar tus dos kilos de plátanos. Fin de
la explicación.
Regreso
a lo que empecé. Camino a comer, te decía. La casa que rento queda como a unos
25 minutos caminando pero es subida (es un cerro) y calles sinuosas. Todo
empedrado es de una encantadora irregularidad. Aún así me da por ir leyendo
mientras camino. Van varias veces que choco con cables tensores de postes de
teléfonos, con casetas, con personas, con muros. A veces he alcanzado a
reaccionar y otras tantas me doy a medias jetas. Pero no entiendo. Camino y leo
y a veces camino y escribo, y al revés: siempre, en ambos casos. (Me puse
monográmatico, capítulo cinco). Podría ser deporte extremo, caminar y leer en
San Miguel. Iba leyendo un libro de
cuentos de Sam Shepard y en un parte de uno de sus cuentos me tropecé y me dio
risa. O más bien me dio risa y por irme riendo me tropecé. Una piedra saliendo
más de lo normal en el empedrado. Me di en el dedo gordo del pie derecho. No me
dolió. O no me dolió mucho. Ese dedo gordo no puedo doblarlo. Lo tengo
atrofiado. A los cinco años me cercené el pie derecho con la placa de un coche
y me quedó colgando la mitad del pie y tuvieron que operarme y reconectar los
tendones de los dedos. El dedo gordo del pie no me quedó bien. Apenas y puedo
doblarlo un poquito. Tengo una cicatriz en el empeine. Cuando estaba niño esa
cicatriz abarcaba todo el empeine. Ahora es del tamaño de una ranura de
alcancía. Tengo un pie que calza del 28.5. Si mi pie derecho fuera una alcancía
ya tendrías por donde echarle las monedas y por el tamaño de la alcancía sí
podrías ahorrar bastante. En fin que me pegué en el dedo gordo del pie mientras
leía y caminaba y dejé de leer para decirme hey Sergio, por atención al camino,
mejor piensa en un cuento mientras llegas a casa, o piensa en qué vas a
prepararte de comer. Como todavía no llegaba a casa me puse a pensar en
escribir un cuento.
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