
Me acuerdo que Paz, una compañera de secundaria, no muy bonita pero que se perfilaba a estar bien buena, se comía, en plena clase, los mocos. Hace años la vi y se había cumplido la promesa: estaba buenísima. Luego supe que se casó con un conocido. Hace poco los vi en Aurrera junto con una niña de tres o cuatro años; su bella hija, supongo. El wey con el que se casó medio se sabe que anda metido en el negocio del narco. Botudo, ropa norteña, celular picudo, esclava brillosa con, supongo, su nombre en letras gruesas (que de tan recargadas ilegibles) de oro. Mientras mi esposa echaba al carrito el jabón (es bien raro pero lo primero que mete al carrito de compras mi esposa es el jabón), los frascos de jugo, la mayonesa, yo no los perdía de vista. ¿Pos que tanto miras?, me preguntó mi esposa; yo le dije, deja voy por nieve y unos cacahuates. Mi esposa siguió echando creo que otra bolsa de jabón, pero ahora para lavar los trastes. No te tardes, para que ya pagues. Andaba Paz y su esposo en los cereales. Echaron una caja de zucaritas, la más grande. De seguro para el wey (no me acuerdo de su nombre a pesar de que tomamos clases de natación. Nomás de acordarme me da risa. Era un pendejo nadando. Sí, ya sé que para eso son las clases de natación, para que se le quite a uno lo pendejo, pero este wey, nomás nunca pudo zafarse de su destino. Tuvo sus amagos de ahogamiento pero no se nos hizo). Luego echaron al carrito servilletas y yogures, pan bimbo y jugos energéticos, tres leches, huevo, jitomate, papel aluminio, desodorante, dos frascos de nieve (limón y pistache), etc. El pinche carrito iba que lloraba de cuanta madre le echaron encima. Luego se perfilaron a las cajas. Me fui por ahí, siguiéndolos. Mi esposa ya estaba esperándome muy tranquila, hojeando las revistas de chismes que tanto nos gustan. Vámonos, le dije, no encontré nada. Nos formamos atrás de Paz y Don Narcomenudeo. Empezaron a descargar todo. La niña estornudó, parecía una niña con cara de morsa con sus colmillos de mocos. Mi esposa sacó papel de su bolsa y se lo ofreció a Paz y a Don Motachida. Yo quería saber qué iba a pasar en el momento en que Paz le limpiara los mocos a su hija. Tuve una regresión. Un Déjà Vu, dicen los sabios. Había estado siguiéndolos todo el super para este momento que YO SABIA QUE TENIA QUE PASAR; luego algo sonó en la caja donde estábamos formados y la cajera dijo que pasáramos a otra. La niña seguía con sus mocotes colgando. Nos fuimos o nos tuvimos que ir de ahí. Vi por última vez a Paz que miraba fijamente el manjar de mocos que, como fruta madura, colgaba de la nariz de su hija. Por su parte, Don Narqueto, encabronadísimo, regresaba al carro todas las cosas que ya había descargado. Mentaba madres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario