¿Has estado alguna vez en Guanajuato? ¿Recuerdas sus callejones, sus túneles? En épocas de lluvias la ciudad colonial huele a caca y orines en los momentos que el sol se pone a evaporar lo evaporable. Sé que Guanajuato es patrimonio de la humanidad, etc. Pero el olor, el mal olor nadie puede quitárselo, parece que en ciertas partes de la ciudad muchos, desde hace siglos, se han orinado en el mismo sitio. Vivir en esta joya es una tortura: se te, por ejemplo, acaba el agua del garrafón y tienes que subir y bajar tres cerros para llegar a la tienda. Te vuelves la imagen del Pipila cargando tu garrafón de agua y pujando en las subidas. Si se te acaba el gas y no escuchaste a qué hora pasó en la mañana el camión que surte, pues ya te fregaste y tienes que ir hasta las afueras a surtir y luego a girar el cilindro como los expertos hasta que llegues a tu casa, sudoroso y agotado. Si traes camioneta (es mi caso debido a mi trabajo) corres el riesgo siempre de raspar los costados en los angostos callejones donde “sí se puede circular”. ¿Y a qué todo esto? No sé, escribo como dice Octavio Paz, “sin idea fija”. Escribo como si estuviera manejando ahora entre los túneles y los sinuosos callejones, perdido o no tan perdido pero sabiendo que no sé a dónde voy a llegar y sin tener lugar para estacionarme. Me acuerdo ahora que una vez le hice a una señora una puerta (una puerta siempre es una metáfora) y llevé la puerta recién barnizada a la casa de la clienta, la cual vivía a un lado del panteón donde está la mera mata de las momias, las mismas contra las que peleó (y perdió) el Santo (y creo que hay otra con Chabelo, una fregonería). Pues no había, como siempre pasa, ningún lugar para estacionarme. Iba con la señora, mejor conocida como Doña Monki (Monkey, se escribe) y me dijo Sergio aquí junto al puesto de la charamuscas cabes, yo te echo aguas. Obvio que si alguien te echa aguas en una callejón, que huele a meados, de Guanajuato, tú manejado una troca, y quien te echa aguas le dicen doña Monky, lo más seguro es que pase algo. Tumbé el puesto de las charamuscas completito. La niña que vendía dicha y tradicional golosina vio como sus cientos de charamuscas tronaban crujientes bajos las enormes llantas del vehículo motorizado. Me bajé y la ayudé a la niña a recoger la mercancía. Doña Monkey mientras tanto se dedicó a regañar a la niña; le decía que la calle no era para estar poniendo mesas con charamuscas y que además ya nadie compraba esos dulces tan empalagosos. La niña no entendía qué estaba pasando. Me miraba con sus ojos frágiles y desconcertados. Se perdieron algunas charamuscas en ese charamusquicidio (homenaje a la tremenda corte). Yo me dediqué a bajar la puerta. Doña Monky me dijo que estaba harta de vivir en Guanajuato. La niña se quedó ahí, acomodando su puesto. Subí con la puerta a mis espaldas la empinada callecita donde vive Doña Monkey. Pensé otra vez en el Pípila. Acabé tarde de poner la puerta. Cuando regresé a la camioneta todavía estaba la niña y su puesto. Lo único que se me ocurrió hacer fue comprarle un par de charamuscas. Tomé las más maltratadas. Me fui de ahí pensando en las estupideces que uno puede hacer contra el patrimonio de la humanidad.
3 comentarios:
estoy de acuerdo en lo que dices de esta hermosa ciudad, pero sabes aqui encontre al amor de mi vida y no importa si la calles huelen asi, si las calles son estrechas etc solo se que amo a esta ciudad
Kanako, el amor puede contra todo, hasta con el mal olor de la ciudad, los crímenes, los campos de concentración. Te felicito y ánimos cuando cargues tu garrafón. Ah, y gracias por dejar tu cometario.
Eres un cargado, me he reido mucho con el charamusquicidio... te pasas de mamón. Hace un buen rato que no me conectaba y te juro que tu blog me ha hecho reir un buen. Un abrazo y te felicito por esa imaginación tan cabrona que has cultivado. No creas lo último, lo digo porque ando mariguana.
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