
¿Qué respuesta a qué adivinanza, acertijo, pregunta que me hice alguna vez, tiene que ver con un orden, con una simbología de este lugar lleno de objetos varios y algunas personas? ¿qué figura, o trazo donde camino y no me doy cuenta que estoy pisando o viendo el objeto o el espacio que me dará la idea de una solución o de una vuelta de tuerca de algo que veía de una sola forma y ahora se enriquece? Miro, veo una estatua sobre un pedestal casi al centro de la sala de espera del consultorio donde estoy. Es una reproducción de una mujer griega. Toda blanca. ¿La Diosa Blanca de Robert Graves? La mujer sostiene en su mano derecha un cántaro ¿de vino? y en la izquierda una vasija a la altura de su pecho. Tiene una cinta en el pelo. Aparte de la estatua están en este consultorio un par de pacientes como yo, esperando. Es un hombre y una mujer. Están juntos. Sé, pero no sé por qué lo sé, que el hombre es el que viene a consulta. La mujer sólo es su acompañante, y supongo, su esposa. Parecen ejecutivos. Ella traje sastre y zapatos brillantes. El, pantalón de vestir y camisa de manga larga. El saco lo dejó en su coche, al igual que la corbata. Ella es delgada. El, gordo. Ella no ha dejado de hablar por celular desde que entré al consultorio. La observo mientras habla. Se parece un poco a Penélope Cruz. Pero un poco más chaparrita. Es elegante y tiene una voz agradable. Trae una agenda y, me he fijado, dos celulares. Habla de hielo seco con un maestro. A lo mejor trabaja en una escuela. Me pongo a divagar. Luego me olvido de ella y de todo lo demás. Me quedo viendo la ventana que está detrás de la estatua. La ventana da a un patio interior con paredes cafés. La pintura, se ve, fue aplicada para ocultar las grietas que algún albañil resanó con cemento . Pienso en el lado oscuro de la luna. Pienso en las costuras de los mejores vestidos… Hay una mesa de centro colmada de revistas (Cosmopolitan, Finanzas, Medicina, Autos) y una planta de las que se llaman pata de elefante. Muy verde y sana; como poco aquí, podría agregar. La mujer me saca de mis pensamientos haciendo ruido con el mecanismo de una pluma retractil (¿así se les dice?) Sigue hablando por celular. Llama a una escuela. Pide le pasen al maestro Fernando. Suena el silbato de un tren. Suena el teléfono en el consultorio. Contesta la recepcionista. También tiene voz agradable, pero no sé lo qué dice, ni, en realidad, me importa. Yo trato de leer, o más bien releer un poemario de Leonard Cohen que traje por si acaso. El hombre que viene con la mujer camina impaciente por el pequeño espacio de la sala de espera. ¿Todo esto que respuesta tiene para mí, qué destino me marca, qué sentido o qué sinsentido guarda esta escena mientras espero al doctor? La mujer deja el celular y mira a su esposo/novio/amante/ acompañante, y le dice: tengo hambre. El hombre no deja de caminar, sólo la mira como respuesta. Se escucha una tv, un radio, el hojear de una revista. No puedo leer. La mujer vuelve al celular y dice, hablándole a una contestadora: maestro Felipe, soy Sandra, más tarde le llamo. Levanto la vista y junto a Sandra (ahora ya sé su nombre) hay tres enormes girasoles en un cántaro que descansa en el piso (de pronto la voz de una locutora entra clara en la sala, dice es la una y media y llueve; parece mormada). Los girasoles enormes son de plástico. Cuando vengo al doctor no me gusta esperar porque me pongo nervioso y empiezo a ver en los objetos señales, presagios. ¿Qué son los tres girasoles de plástico junto a esa mujer? Lo único que me gusta de esta sala de espera es un par de cosas: 1. Un libro que descubrí en el librero del consultorio: El psicoanalista y el artista y 2. Un cuadro que reproduce dibujos de Nasca, “Las líneas de Nasca”, como son conocidos esos geoglifos que hay en una zona del Perú. Cada vez que vengo al doctor he descubierto que me clavo viendo las líneas de Nasca y que dibujo en cualquier pedazo de papel algunos de los dibujos, sobre todo el de la ballena, que tanto me late. Gigantescos grafitis que dejaron en la pampa peruana los nativos para disfrute de los dioses. Quiero saber más de la líneas de Nasca, a dónde van y qué están señalando. Mientras acá, Sandra vuelve al ataque con su celular, su esposo sigue caminando sobre su interminable impaciencia (pronto va a hacer surco en el pasillo, es decir hará su propio dibujo, su propia línea). El doctor, dice la recepcionista, no tardará en llegar. Yo también estoy en el juego de la espera, me quisiera recostar en el sillón de la sala pero no se vale. Veo si hay dulces en el dulcero de cristal pero está vacío. A través de ese cristal las puertas se distorsionan y los demás objetos. Veo el reloj en su avance ciego, los brinquitos de las manecillas. Veo mi reloj como si fuera una fotografía: con curiosidad. Tengo, lo sé, todo el tiempo para hacerlo.
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