Siete de la mañana.
Patio, casa, ciudad durmieron bajo la lluvia.
En el jardín, macetas verdísimas,
peces en su roja piel rompiendo con sus pequeñas bocas el reflejo de la superficie,
florecer de rosas (una amarilla, otra con sus pétalos blancos).
Suenan pájaros aquí y allá, lentos y espaciados. Un gallo despertador.
Un rugir, opacado por la distancia, de un autobus.
Una canción de Rigo Tovar lejana, como si las bocinas estuvieran tapadas con unas cobijas.
Recuerdos, por esa canción, de mi tío S., de mi tía R., de mi tía C., en casa de mis abuelos.
El frío, el fresco de la mañana.
El sol dándole un poco de amarillo al portón negro de la casa.
El principio de este día como cualquier otro.
El agradable silencio de estar escribiendo a las siete de la mañana, en domingo,
estas palabras.
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