Salvo un par de cosas que he hecho en la vida no he hecho nada de manera constante. Me gustaba el atletismo. Fui un buen corredor de fondo. Por lesiones abandoné el deporte. Quería llegar lejos como corredor. Competía. Era fuerte. Igual en Guadalajara que en León o en Morelia. Lugares donde fui alguna o algunas veces a correr y llegaba entre los primeros lugares. Gané diplomas por kilos y trofeos. Alguna vez encontré por ahí recortes de periódicos donde voy corriendo. El atletismo fue una de mis actividades donde era un ser constante, disciplinado. Ganaba incluso dinero por correr. Tenía entrenador y algún escueto patrocinio. Mis rivales me reconocían cuando llegaba y comenzaba mi trote de calentamiento, intercambiaba saludos. Nos mediamos. Era algo impresionante. Ahora recuerdo que llegaba a hacer entrenamientos de hasta cuatro o cinco horas sin detenerme. Domingo de recorridos largos. Bajo mucho sol o mucha lluvia. Nunca dejaba de entrenar. En la pista veía llegar a otros corredores, hacer su entrenamiento, terminarlo, irse. Y yo seguía ahí, me quedaba dando más vueltas, las que marcaba mi entrenamiento. Dormía mucho. Nadaba. Tomaba masajes y vitaminas. En mi categoría y en mi ciudad no me ganaba nadie. Competía con la categoría libre y aún así daba pelea. Era un apasionado de correr. Correr era la libertad, la pasión por la libertad.
Pocas cosas, decía, he hecho con constancia. Guardando distancias con toda aquella fiereza y voluntad ahora estoy reaprendiendo a cultivar la disciplina, el hábito que fortalece. La número cien esta entrada.
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