Muescas en el aire 4

Estoy esperando en el coche a R.  Entró al super a comprar algunas cosas. Apago el coche y me pongo a leer un cuento de E. H.  Si leo unas cuantas frases o un párrafo o el cuento completo será suficiente para aprovechar de alguna forma la espera, las múltiples esperas de las que siempre somos protagonistas. Mientras recorro algunas frases que me hacen pensar en lo que alguna vez dijo E.H. respecto a que el secreto de escribir novelas o cuentos consiste en escribir poesía en prosa, me voy cerciorando de eso en este cuento que leo. De pronto, sin razón aparente y como siempre sucede, siento que estoy oyendo muy claro, como si me hubiera concentrado para hacerlo, el oleaje del aire entre las hojas de los enormes árboles de eucalipto y de otros de los que no estoy seguro de su nombre, llenos de hojas verdeamarelas que danzan o tiemblan por el frescor del aire. Ya no leo. Veo el paso del aire recorriendo los arbustos de la avenida, sacudiendo y arrastrando bolsas de plástico, yerba seca. Es domingo y todo, salvo la corriente de aire, es tranquilo, adormilado. Se disfruta la quietud de la avenida. Hay otros sonidos: unos pocos pájaros invisibles que cantan/pían/ graznan; un coche y una motoneta ; el traqueteo metálico de un carrito saliendo del super con botellas y cajas de cereal. El cristal de las botellas cuando chocan entre ellas también puedo oírlo. El aire regresa fuerte pero no incomoda ni lastima. Su frescura se disfraza de río, de oleaje cuando entra en el follaje. Yo espero. Cierro los ojos y oigo.