martes, 7 de julio de 2009

Ayer corría (he recomenzado a sacar a pasear a mis lonjas) y pensaba en Juan Rulfo. En su voz narrando lo ausente.

Hoy en el autobús a Guanajuato (apenas lo alcancé, me dijo el boletero que ahora pasa 15 minutos antes) me dormí casi todo el viaje. 2 horas sintiendo la neblina y el frescor de la carretera mojada. Siempre viajan aparte de los estudiantes y nosotros los empleados, maestros que van a arreglar algún asunto al sindicato o a las oficinas centrales de la SEG. Casi siempre los maestros que viajan se ponen a platicar con quien sea, de preferencia con colegas pero le atoran a lo primero que se sienta junto a ellos. Neta. La bronca no es si platican o no. En si soy un amargado o no. La bronca es otra. Traen, supongo que por dar clases, la voz a todo volumen. Así que quiera o no, tomo clases los lunes, los jueves, los viernes, sin que yo quiera, de diferentes materias. Economía casera, artes y humanidades, psicología sindical, chismografía magisterial, medios de comunicación, educación artística (algunos profes hasta cantan en el viaje; se sienten como de excursión, supongo). De vez en cuando voy despierto en el viaje y las clases en el autobus son estimulantes, divertidas, profundas. Otras veces me hacen recordar porqué no me gustaba la escuela. Si voy dormido a los maestros no les importa. Ellos están acostumbrados a dar clase a alumnos con problemas de atención. Y siguen. Hoy me tocaron dos maestras que tienen buena voz y mejor volumen. Han pasado varias horas y todavía las sigo escuchando. Entre sueños pensaba hacer lo que me aconsejó mi hermano: “abre la ventanilla para que les entre el aire y ya no se escuchen. Hará frío un rato pero es un remedio infalible contra las pláticas de esas señoras.”

Mi hermano sabe de lo que habla. También se aventó años viajando como yo en esta misma ruta. Pero no abrí la ventanilla. Estaba muy desvelado (mi esposa salió del IFE a las tres de la mañana) y preferí escuchar ese rumor/ruido enfadoso/ letanía de las maestras. Pensé de nuevo en Rulfo. En la manera que recrea en Pedro Páramo las voces de los muertos. Me pusé a escuchar con atención queriendo sentir el ritmo de la plática de las maestras. Me fui metiendo en la espesura de sus palabras, en la entonación, en los silencios (otra vez Rulfo como recordándome fíjate en los silencios que se abren cuando alguien dice o deja de decir). Eran silencios cálidos y espesos como lodo, como pozos. En uno de esos pozos de silencio me fui de cabeza, me hundí lentamente. Respiraba acompasado, sereno. Dejé de escuchar las voces: puro silencio -el más fino, el más reconfortante- cobijándome en el viaje de mi pestañita, creerán ustedes que, inmerecida.

4 comentarios:

Implicada dijo...

He vuelto.

Mañana voy de viaje, si el trayecto me cansa intentaré juguetear con las palabras y los silencios.

sergio luna dijo...

Una como alegría que regreses a este blog. Pienso que uno todo el tiempo esta en diversos y simultáneos viajes. Y chido, que juegues con los silencios y las palabras. De eso se trata el mundo. Saludos.

Ali Heredia dijo...

debo confesar que viajar en autobus no me gusta por dos cosas: no puedo leer y no me gusta ponerme a pensar en carretera porque como generalmente estoy desesperada a las 2 horas de viaje, mi cerebro revuelca puras cosas desagradables.

sergio luna dijo...

polvo de menta: a mí tampoco me gusta viajar en autobús, pero qué hacerle, la chamba queda lejos.

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