La lona azul que cubría del sol, el trazo del sol antes del anochecer, desde hace días se ha desgarrado. He ido dejando cosas ya no digamos inconclusas sino más bien en el total abandono. Inconcluso es algo que puede uno terminar. Abandonado es algo a lo que ya no regresamos. Bajo el sol está lo que abandono. Bajo la sombra del taller, lo inconcluso. La lona, sus restos, ondea en su desgarrada cabellera marina. Hace viento y ese viento sacude los retazos azules y hace que la luz del sol también entre en jirones hasta donde ahora escribo. No tiene caso que desamarre ahora lo que queda de la lona. No tengo otra para reponerla. Es como las palabras que uno tiene. Unas pocas y por lo regular ya maltratadas. Esperar a tener otra. Buscarla pero sobre todo ahora es esperar. El taller ha tenido movimiento: allá arriba una puerta oscura, acá abajo como un horno, el material para otro mueble. El banco de trabajo, luego de que lo he limpiado, muestra esas figuras donde los rasguños, las perforaciones, las manchas, me hacen pensar en Jackson Pollock. Capas de pintura y barniz que son los rastros de que he trabajado y de que no tengo la culpa de que el mundo se caiga en diferentes departamentos. Pasan gatos sobre las tejas, caminan sobre las vigas, me miran en mi quietud nocturna. Escribo dentro del taller antes de irme a casa, en la libreta que cruje porque la lluvia entró hasta su mesa. Palabras con lápiz, uno que casi no dice letras sino líneas donde la sierra corta con el pulso que mi sangre milagrosamente guía impecablemente. Gusto primitivo cuando el olor de la madera, cuando en el piso amarillo de aserrín silencia el caminar, el ir por una y otra herramienta. Otra ráfaga de aire, ya frío por la noche, sacude violentamente, dejando en hilos la lona naufragada. El día termina más silencioso que otros días. En mi sueño ondea el azul desgarrado de la lona como si fuera mi bandera.
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