Ayer me puse a ver una película divertidísima (nótese mi entusiasmo) en mi computadora. Historias de la cocina (2002) del director sueco Bent Hamer. Yo riéndome con una película sueca sobre unos tipos que son observadores de cómo hombres solteros usan su cocina en un pueblo de Noruega. No sé porqué compré esa película hace algunos años y no sé tampoco porqué no la había visto. A lo mejor porque de niño uno de mis quehaceres fue lavar trastes todos los días, cosa que ahora de adulto odio hacer. El punto es que no sé porqué compré esta película; anoche la encontré olvidada entre un montón de mugres y me puse a verla. La película ocurre en la cocina de un tipo llamado Erik que es observado las 24 horas del día por un tipo que está sentado en una silla alta, como las que usan los jueces en los juegos de tenis. Los observadores son enviados por el Instituto de investigaciones domésticas para poder hacer cocinas eficientes para, en este caso, personas solteras. Los observadores no pueden interactuar con el anfitrión. Ni saludarse siquiera. La historia es divertida entre otras cosas porque lo que ocurre ocurre sin necesidad de lenguaje verbal. Todo en la película es puramente visual. De ahí que la sensibilidad de un cineasta sueco no es de extrañar que pueda volverse universal al grado que pudo hacerme reír hasta a mí, que hablando de sensibilidades, ya sean suecas o universales, casi ni tengo, por decir lo menos.
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