miércoles, 15 de julio de 2009

No sé ni madres bailar mambo o rumba. Es más no sé bailar. Pero como escucho ahora en plena oficina a Pérez Prado pues sentí que mis pies andaban zarandeando su tedio debajo del escritorio y me digo yo debería hacer un esfuerzo y tomar clases de mambo y sacar mis tristezas con el Mambo núm. ocho, María Cristina o Qué rico el mambo. No sé bailar, decía, y tengo testigos. Aunque hace poco bailé, por cuestiones terapéuticas, en una fiesta mientras lloviznaba, no era mambo sino cumbia (La terapia fue rubricada por parte del doc Ricardo Castillo y su receta en forma de poema decía: “y qué viva la Cumbia, señores/ todos a menear la cola hasta sacudirnos lo misterioso y lo pendejo”). Leí por ahi que le preguntaron a Stravinski (el mero Igor) cuando vino a México a grabar unas rolas (El beso del hada, con la Orquesta Sinfónica de México) si quería conocer a algún músico; dijo sí, a Pérez Prado. Y no sólo quiso conocerlo sino que dijo que Pérez Prado era el mayor genio de la música moderna. Y no era para menos, lo dicen mis pies de oficinista que seguirán chancleando el piso polvoso de este lugar donde sonará por un buen rato la música del cara de foca.

2 comentarios:

Implicada dijo...

En casa de mis pás, ponían a Pérez Prado y sin darnos cuenta ya todos estábamos bailando!
Tantos recuerdos!

saludos desde Gto

sergio luna dijo...

Imaginé la escena y me brotó una sonrisa.

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